“Salida
de San Agustín de Roma, para ocupar su cátedra en la Universidad de Milán”, detalle
de una pintura al fresco de Benozzo Gozzoli en la iglesia de San Agustín de San
Gimignano, Toscana. En el personaje del bonete rojo, en el centro, Benozzo podría haberse retratado a sí mismo. Roma, al
fondo, es una colección abigarrada de monumentos. A la izquierda, se reconoce
el Panteón.
El 14 de marzo de 1469, se firmó un precontrato entre
Benozzo di Lese (Alessio), de Florencia, y el Operaio della Fabbrica del Duomo
de Pisa. Benozzo – al escribir su biografía años después, Giorgio Vasari tuvo
la ocurrencia de apodarlo Gozzoli, y con ese nombre ha pasado a la Historia del
Arte – había ido lisa y llanamente a ver al funcionario municipal para pedirle
trabajo. Tenía algún prestigio como pintor, pero también una familia numerosa
que mantener, y estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa relacionada con su
oficio, incluido un interminable muro blanco que infundía un respeto temeroso
entre los de su profesión.
El problema con el muro se remontaba a dos siglos y medio atrás,
cuando el arzobispo Ubaldo de’ Lanfranchi acudió a la cruzada convocada por el
papa Gregorio VIII al frente de una hueste pisana. Durante el asedio de
Tolemaida, Ubaldo hizo una visita piadosa a los Santos Lugares y se le ocurrió
la idea de cargar en sus naves tierra sagrada del monte Calvario, y llevarla a
Pisa.
Allí, en 1204, compró una faja amplia de tierra junto a la
hermosa catedral románica levantada en el siglo XI a partir de las trazas de
Buscheto. Encargó la construcción del cementerio a Giovanni di Simone Pisano,
que también se hizo cargo de la construcción del campanile. La tierra se
extendió por la superficie prevista para las tumbas, de modo que los huesos de
los pisanos reposaran en suelo sagrado a la espera del día del Juicio Final.
Después de construido el Camposanto, los sucesivos “operai”
que gestionaban las obras no supieron muy bien qué hacer con el muro perimetral,
reforzado con pilastras en la parte exterior, y de una blancura cándida en la
parte interior. Eran en total 350 m de muro por 7 m de alto, una superficie de 2.450
m2 en total. Demasiado muro blanco, considerándolo desde cualquier
parámetro; había que buscar una forma no muy cara de decorar aquello.
Se intentaron varios expedientes. Una cooperativa de
artesanos locales reprodujo pinturas célebres de artistas famosos, a bajo
precio. Luego se subió la apuesta, a la vista de la admiración general que
producía el bellísimo conjunto arquitectónico del Campo dei Miracoli, y se
llamó a artistas de cierto renombre pero no de primera línea, como Andrea da
Firenze y Antonio Veneziano. Un artista de Orvieto, Piero di Puccio, realizó
hacia 1390 un conjunto de tres escenas del Antiguo Testamento, dejando
inacabada una de ellas, correspondiente a la historia de Noé. La parte del muro
aún en blanco seguía siendo casi infinita. El Operaio en funciones en 1469 ajustó
el salario de Benozzo, cuya edad se aproximaba ya a la cincuentena, en 84 liras
y cuatro sueldos, con el compromiso de que pintara tres escenas al año.
Pero impuso una condición previa: no valían chapuzas, el
pueblo de Pisa había de dar su aprobación al trabajo del pintor. Se acordó un examen
popular, cuando Benozzo hubiese completado la primera escena.
Benozzo tenía el título de maestro pintor; pero no por el
gremio de su Florencia natal, sino por el de Montefalco. Seguramente un título
de maestro por Florencia habría bastado para darle credibilidad, por la fama de
la ciudad y de sus artistas; pero él se había iniciado en el oficio como
aprendiz junto al dominico Fra Giovani da Fiesole, más conocido como Beato
Angélico, y había seguido a su maestro a varios lugares de Umbria y Toscana, y a
Roma. En la misma Florencia había realizado una obra singularísima, la
decoración de la capilla del Palacio Medici en la Vía Larga, pero estaba en un
lugar privado, y por consiguiente no era conocida del público.
Por cierto, también en aquella ocasión fue sometida a
prueba su pericia, y a punto estuvo de ser despedido. El problema fue que no
pintó bien un coro de ángeles cantores, cuando todos esperaban la excelencia en
ese terreno por parte de un discípulo del Angélico. Otro día contaré la
historia.
Nada de ángeles, entonces. Benozzo optó por continuar la
historia de Noé, y narrar el momento culminante de su borrachera. En las tapias
de un cementerio, lugar sombrío por naturaleza, pintó los trabajos de una
vendimia celebrada junto a una ciudad repleta de torres, logias, ventanales, cúpulas
y terrazas abiertas. Los jóvenes se afanan con los pámpanos, las mujeres cargan
alegres la uvada en grandes cestos, los niños se bañan desnudos en el río, los
perros juguetean, pájaros de todo tipo cruzan el cielo. No es una escena
fúnebre inundada de llantos, sino una gran fiesta campestre.
Noé aparece tendido en el suelo, borracho, desnudo y
sonriente. Lo rodean sus tres hijos y las nueras, consternados. Una de las mujeres
se tapa la cara con la mano al ver la desnudez del patriarca.
Fue un éxito absoluto. Los pisanos celebraron de forma
entusiasta la pintura y adoptaron como símbolo propio a la “vergognosa” que
se cubría la cara para no ver. El pintor fue contratado de inmediato, y el
Operaio buscó una casa de alquiler para la familia en la via Santa Maria. El
pintor puso taller para atender a su ingente tarea, y trabajó sin descanso en
Pisa hasta 1485. Pintó 180 escenas, se hizo famoso con el nombre de Benozzo del
Camposanto, fue comparado con Apeles y Parrasio, y el municipio le costeó una
sepultura en “su” cementerio, con una inscripción laudatoria. No la ocupó nunca
porque, ya muy viejo, vio comprometida su posición en la ciudad por los
conflictos entre Pisa y Florencia en la época de Savonarola. Los componentes de
la familia se conocen por el censo del año 1480: Benozzo di Lese, 60 años; Mona
Lena, su esposa, de 40; y sus hijos Giovan Battista, 18; Bartolomeo, 15; Girolamo,
13; Francesco, 11; Alessio, 7; Barnaba, 3, y Maria, un año.
Hoy las escenas bíblicas del Camposanto de Pisa han
desaparecido casi por completo. Subsistieron durante varios siglos, no sin problemas
de grietas y de humedades; pero en 1944 un ataque aéreo con bombas de fósforo
causó un incendio que se prolongó durante cuatro días, sin que fuera posible
apagarlo, iniciado justo hacia la parte del muro donde estaba la escena de la
vendimia. Se han guardado en el Museo delle Sinopie, habilitado en el propio
Camposanto, los almagres (sinopie) preparatorios de los frescos que pudieron
ser salvados.