sábado, 30 de septiembre de 2017

DESCHOQUE DE TRENES


El único remedio que veo a la actual salida del armario y exhibición pública desenfadada de todos los rencores de campanario mutuos, opuestos y entrecruzados, es justamente recolocar en el primer plano el mismo elemento que algunos están persiguiendo con saña inaudita. O séase, las urnas.
Urnas de arriba abajo. Urnas una vez más. Visto que se ha demostrado hasta la saciedad que el bipartidismo tan invocado está desaparecido, que la alabada Constitución del 78 es incapaz de traernos más bondades ni prosperidades, que aquí oficialmente sigue sin pasar nunca nada salvo alguna cosa, que a los catalanes no hay quien nos entienda sobre todo porque no se nos deja explicarnos, que la política nacional no es un trabajo de campo para un seminario universitario sobre una hipótesis de la politóloga señora Mouffe, etc., etc.
Una vez aclarado suficientemente todo eso, y también que el enorme esfuerzo hecho por la gestora del PSOE para votar la investidura de Mariano Rajoy en aras de la gobernabilidad fue desperdicio de tiempo y energías, porque la gobernabilidad no solo no ha mejorado sino que, al revés, necesita hoy del auxilio represivo ─ aunque proporcional ─ de todo el cuerpo de la Benemérita (despedida de sus bases lejanas con banderas preconstitucionales y gritos belicosos de ánimo); y una vez comprobado que el cerco parlamentario al gobierno solo ha conseguido dejar aplazada sine die la toma de decisiones inaplazables.
Visto que tampoco han recuperado los grandes partidos aquella añorada unidad sin fisuras, antes bien que cada uno de ellos parece una olla de grillos donde la disciplina interna brilla por su ausencia (Susana Díaz se la ha saltado en cuanto le ha salido del arrebato).
Visto que la judicatura ha tomado con decisión el bastón de mando de la política abandonado por el gobierno, y que la fiscalía se despliega por el territorio como las jaurías por el monte para levantar la caza.
Visto todo ello, la única solución factible y decente es volver a poner las urnas. Urnas no solo en Catalunya para saber lo que pensamos mayoritariamente sobre España, sino en todo el territorio: urnas para unas elecciones generales, para unas autonómicas catalanas y andaluzas como mínimo, para un referéndum sobre la Constitución…
Me detengo aquí porque estoy pensando en un plan de mínimos, no en grandes virguerías. Podría llevarse más lejos aún la puesta de urnas, pero quizá conviene no exagerar para evitar un efecto de sobredosis en la ciudadanía.
Lo que está claro es que con un palanganero al frente del gobierno no vamos a ninguna parte, y menos que ninguna parte al futuro. Y está claro que la opinión no se fabrica a base de tuits ni de trolls en las redes sociales. Necesitamos en el país real la foto real de ahora mismo, para situarnos en la correlación de fuerzas real, y conocer al dedillo la clase de basura real que se esconde debajo de la alfombra de los patriotismos y los nacionalismos de todo signo.  
Todo ello no se consigue con periodismo de investigación, ni con análisis sociológicos, ni con campañas mediáticas, y menos aún con tanquetas-botijo.
La cirugía real ha de empezar por la puesta generalizada de las urnas. En la legalidad, claro, como corresponde a un país democrático.