miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA URGENCIA DE AVANZAR HACIA ALGUNA PARTE


Después de cinco años de inmovilismo absoluto, de silencio institucional y de guerra sucia desde el Ministerio del Interior, el gobierno de la nación opta por enfocar el mal llamado “problema de Catalunya” con medidas represivas. El palo sin la zanahoria. La represión será, se nos dice, de perfil bajo, y después de todo, los catalanes (en tanto que “pueblo” o entidad abstracta) nos la hemos merecido sobradamente, sean cuales sean nuestras ideas en relación con el procés.
El desfile de despedida de los guardias civiles que habrán de contribuir a la custodia de los colegios electorales catalanes y el arramble con las urnas y las papeletas, ha sido jaleado en algunas localidades andaluzas (¿hasta allí se ha tenido que ir a buscar refuerzos de fuerza pública?) con gritos de “A por ellos, oé”. Rivalizando con las esteladas que desbordan las plazas catalanas, se exhiben en otros lugares de nuestra geografía común banderas franquistas, pudorosamente llamadas preconstitucionales en los medios. El suflé anticatalán se está aproximando a su punto álgido.
Da la sensación de que alguien debería hacer algo para que el país no se desangre en rencillas miserables, pero ese alguien no será Mariano Rajoy. “Hacer cosas” no es, definitivamente, lo suyo. Recientemente se ha reunido con el Trun’ – el mediático filósofo rancio de mesa camilla que ha plantado sus reales en Vasintón – y este le ha revelado en confidencia que si los catalanes se separan de España “harán una tontería”. La opinión del vidente transoceánico ha sido difundida como la de un oráculo. Tiene la doble virtud de ser drástica y simple por un lado, cosa que siempre agrada al respetable; y de otro lado, que no es Mariano quien la expresa. La credibilidad de Mariano está bajo mínimos, y basta con que diga algo, lo que sea, para que los tuiteros le monten tropecientos memes. La impresión general, incluso en las filas del núcleo duro del Partido Popular, es que calladito está más guapo. Y si es posible, de perfil.
Precisamente así, calladito y de perfil, se ha puesto el gobierno de España en relación con la Agenda 2030 de la ONU para un desarrollo más justo. Se trata de un compromiso internacional, aprobado hace dos años en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Por parte española firmaron el protocolo el rey Felipe VI; el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo; el secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica, Jesús Gracia; el secretario general de Cooperación Internacional para el Desarrollo, Gonzalo Robles; y la vicepresidenta de la Comisión de Cooperación Internacional, Ana Mato. Se nombró a un embajador de España para la Agenda 2030, Juan Francisco Montalbán. Todos los ministerios debían participar en un Plan para cubrir 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a partir de 244 indicadores que se tenían que medir para conocer el punto de partida en el que se encuentra el país de cara a la consecución de un mundo más justo y próspero.
Dos años después no hay plan. No hay medición de indicadores. No se ha constituido ninguna comisión ni grupo de trabajo a nivel central. No se ha hecho nada aún (desde el nivel gubernamental; sí lo han trabajado algunas autonomías y ciudades, pero a la intemperie, desprovistas de un plan director global). Tampoco hay fechas ciertas para el inicio del trabajo en los organismos de la administración central. «El año pasado, por la situación política con un Gobierno en funciones, estuvimos un poco paralizados, lo que explica el retardo», se justifica Montalbán. “Un poco paralizados”, es puro eufemismo. Dentro de menos de un año, en julio de 2018, España deberá presentar en el Foro Político de Alto Nivel de la ONU los avances realizados en la implementación de la Agenda. «No se podrá rendir cuentas de nada», apunta Teresa Ribera, copresidenta del Consejo asesor de la Red Española para el Desarrollo Sostenible.  
Esta es la situación escandalosa e increíble que nos cuenta Alejandra Agudo en elpais (1). Me temo que, como en la cuestión catalana, también en este asunto hay una coincidencia sustancial de criterios entre Mariano Delenda y el Trun’.
A por ellos dos, oé.