martes, 19 de septiembre de 2017

EL RESPLANDOR DE LA CARNE





El 25 de octubre de 1953, Pablo Picasso cumplió 72 años. Yo visité la exposición “Picasso i Perpinyà” cinco días antes de cumplir los 73. Una coincidencia curiosa que seguramente me hizo especialmente sensible, por solidaridad humana, a su pintura.
Picasso hombre no estaba pasando aquel otoño por una época feliz. Acababa de consumarse su separación de Françoise Gilot, que a finales de septiembre dejó Vallauris y marchó a París con sus dos hijos, Claude y Paloma. Pablo intentó convencer entonces de que fuera a vivir con él a Geneviève Laporte, cuarenta y cinco años más joven y su amante ocasional desde que convergieron en 1951 desde sus respectivas posiciones, ella como estudiante de arte y él como artista genial consagrado. Geneviève se negó a convertirse en la compañera establecida de Pablo, y se alejó definitivamente de su vida. La ruptura pudo comportar algún elemento humillante para la autoestima del pintor.
Hay varias indicaciones acerca de su estado de ánimo depresivo. Georges Ramié, el principal editor de su cerámica, le escribió desde París el 4 de noviembre: «Es muy importante que tenga presente que, en los momentos difíciles que está pasando, seguimos pensando en usted con mucho afecto…» A finales de septiembre la hermosa Paule de Lazerme, su anfitriona en Perpinyà, le había reiterado su amistad: «Hablar de amistad es muy intimidador, nada más querría que estuviese seguro de mi afecto, y si está triste y pasa por momentos difíciles, sepa que pienso en usted.»
Picasso pintaría cuatro retratos magníficos de Paule vestida de catalana, en agosto del año siguiente. En el mismo año de 1954 (en junio) apareció en su vida la que sería su última compañera, Jacqueline Roque, más joven aún que Geneviève.
En el entretanto, a partir del 28 de noviembre de 1953 y hasta el 3 de febrero de 1954, Picasso trabajó obsesivamente en Vallauris en una serie de dibujos y pinturas que tienen como tema central el pintor y la modelo, con algunas variantes: músico y bailarina, payaso y ecuyère… En esta serie el personaje masculino es viejo, o ridículo, o anodino; la sensualidad de la mujer, por contraste, resplandece. Se llama a este conjunto de obras la Suite Verve, porque la revista Verve, de París, publicó en su Vol. VIII, núm. 29-30, un conjunto de 180 reproducciones de esa serie.
El original de la reproducción que encabeza este texto es un dibujo a lápiz en color sobre papel vitela, con la fecha 2.2.54 en el ángulo superior derecho, y lo vi expuesto en la exposición temporal del museu Jacint Rigau. La copia escaneada no hace honor a la explosión de color de la parte izquierda de la composición (la modelo), en tanto que el pintor aparece, descolorido y esquemático, embutido en el propio lienzo en el que trabaja, en una especie de desaparición simbólica de la escena. Poco antes (29.12.53), en plena fiebre creativa, Picasso había pintado L’ombre, un óleo y guache en el que él mismo es solo una sombra en la habitación de Cannes en la que duerme desnuda Françoise Gilot. El lector puede verlo, entre otros lugares, en http://www.20minutos.es/fotos/cultura/artistas-que-canibalizan-a-picasso-11663/3/