jueves, 14 de septiembre de 2017

IGUALDADES Y DIVERSIDADES


No me extrañó la salida de pie de banco de Susana Díaz en relación con la plurinacionalidad de España argumentada por Pedro Sánchez (les recuerdo: «Andalucía no es menos nación que Cataluña, Euskadi o Galicia»), porque en Susana el analfabetismo político y el populismo arrabalero van siempre unidos en admirable coyunda. Andalucía no ha de ser menos que nadie. De acuerdo. Hay dos modos de conseguirlo: uno, aspirar al máximo en todo; otro, segar la hierba en torno a cualquier intento de diversidad, no vaya a ser que lo distinto de lo nuestro resulte, en alguna manera o dimensión, también mejor. El café para todos satisface íntimamente a Susana, aunque se trate de café de achicoria.
La igualdad que predicó la Revolución Francesa, la igualdad que preside cualquier planteamiento de fondo en democracia, no es el equilibrio perfecto en los resultados finales, sino una igualdad en la línea de partida de la carrera, una igualdad de oportunidades. Con las oportunidades, después cada cual podrá hacer de su capa un sayo; pero no es de recibo que, al tiempo que malbarata lo suyo, mire de reojo al vecino y chille cuando le parece que este ha podido conseguir alguna ventaja comparativa.
Es un axioma reconocido que la equidad exige tratar de forma diversa las situaciones de partida también diversas. Cuando se plantea un problema de este género, es necesario establecer asimetrías y prever compensaciones adecuadas, al modo como se establecen hándicaps en el peso que llevan las yeguas en una carrera en el hipódromo. A la postre, unas llegan a la meta antes que otras, y las primeras reciben premios que no tocan a las que llegaron después. Es el modo normal de funcionar las cosas en una situación de pluralidad. La pluralidad, la diversidad de situaciones de partida, no entraña privilegio. Si hay privilegio, este debe ser corregido.
Quienes, como Susana, propugnan un reparto igual de los premios, haya sido el que haya sido el esfuerzo de los participantes, son meros oportunistas; no favorecen la solución de los conflictos nacidos de la diversidad, sino que ponen palos en las ruedas de cualquier cambio y de cualquier progreso colectivo, porque su solución ideal está ya dada de antemano: todos iguales, todos lo mismo.
Existen desigualdades rampantes, no ya entre comunidades, sino en el interior de cada comunidad. En particular, existen también en Andalucía. Hay privilegios establecidos por la tradición, por la religión y por el respeto debido; hay desigualdades internas feroces de renta, de acceso al bienestar, de oportunidades. Todo lo cual, se diría que no llama la atención de Susana. Y es que tiene la vista fija en el exterior, ojito que nada se mueva por ahí.


Posdata urgente: Un amigo me avisa de la confusión posible entre lo que pretendo decir y lo que se me entiende. Es cierto. No pretendo justificar de ninguna manera la consolidación de "ventajas" de desarrollo catalanas frente a atrasos andaluces debidos de alguna manera a sus propias culpas; sino mirar de establecer, aquí y ahora, igualdades "de partida" en una estructura del Estado que dé a la historia lo que es de la historia, pero asegure las mismas oportunidades de desarrollo a todas las nacionalidades y regiones, para emplear los términos de la Constitución. Por la vía de la federación y de la cooperación; de las asimetrías y las compensaciones oportunas. Con la debida procura de igualdad y el debido respeto a la diversidad. Lamentaría que se entendiera de otro modo.