sábado, 23 de septiembre de 2017

MARTIRIO


Ha dicho Carme Forcadell: «Catalunya vuelve a tener presos políticos como hace cuarenta años.» Es una afirmación cuando menos dudosa. Ha añadido: «Se nos ha tratado como a delincuentes por el simple hecho de hacer posible que la gente vote.» Es una mentira rotunda. Los catalanes hemos votado con toda normalidad en tantas ocasiones como se nos ha convocado. No ha sido “imposible” votar en ninguna ocasión, desde hace esos mismos cuarenta años. Nos gustaría también votar, con garantías e igualdad de oportunidades para todas las posturas, en una consulta sobre el futuro que deseamos para Catalunya; muchos, sin embargo, rechazamos votar unilateralmente, y teniendo una ley de desconexión – que por lo demás tampoco se nos permite votar – pendiente sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles.
El alto mando independentista se echa las manos a la cabeza por la intervención demasiadamente expeditiva de la guardia civil, cuando es lo que ha estado anhelando durante todo el forcejeo previo con las instituciones del Estado (con las instituciones judiciales sobre todo, porque el ejecutivo se ha llamado reiteradamente andana). A Junqueras se le escaparon las lágrimas al pensar en sus colaboradores retenidos en el cuartelillo. ¡Martirio! Y es que solo el martirio convincente de algunos patriotas puede desencallar la nave anhelante de marchar rumbo a Ítaca.
En el “relato” nacionalista catalán (ahora está de moda centrarse en los relatos para explicar los sucesos) han figurado desde la primera hora los grandes temas de la Pérdida, la Opresión, el Agravio, el Expolio y la Resistencia, todos con mayúsculas. En un sugestivo ensayo de Fernando Molina y Alejandro Quiroga (1), se analiza el escaso eco de tal relato en la ciudadanía durante treinta años, desde su siembra metódica en 1980 hasta su resurgimiento repentino en 2010 de la mano de una campaña masiva desde los poderes institucionales. Incluso entonces, hizo falta una sobredeterminación de circunstancias para que arraigara como trending topic. La crisis, el hundimiento del Estado social, la ausencia de perspectivas entre los jóvenes, el crecimiento de las bolsas de pobreza hasta afectar a buena parte de las que antes se tenían a sí mismas por “clases medias”, de un lado; el torpedeamiento del nuevo Estatut desde el Tribunal Constitucional, de otro lado. Aun entonces, mucho más eficaz que la historia manida de un agravio secular fue el grito de alarma: «¡España nos roba!» La gente no se sintió de pronto nacionalista; se sintió estafada. Su reacción fue similar a la de las plazas de otras ciudades españolas en el 15M. Pero aquí hubo una variante importante: el No a la Casta dio paso a un No a España.
A España en teoría, a una España lejana y enteramente desprovista de atractivo. La cohesión en torno a España había estado basada en el paraguas del Estado social, y ese paraguas cada día era más chico, cada día traspasaban más las salpicaduras de la que estaba cayendo. En esas circunstancias se vino abajo el “otro” relato nacional español, el mito de la Transición ejemplar y el Consenso fructífero. La Transición apareció de pronto como una trampa, el consenso como un engañabobos.
En toda España. En Cataluña también.
Ahora, las prisas de la Generalitat por tapar sus propias fechorías y aprovechar lo que perciben como una ventana de oportunidad, ha conducido a un choque frontal disparatado, desprovisto de cualquier atisbo de legitimidad. Rajoy se siente cómodo en ese terreno; pero Mas, Junqueras y Puigdemont también. No habrá independencia, seguro, pero las próximas elecciones podrán ganarlas con desahogo si consiguen añadir al cóctel nacionalista unas cuantas gotas de martirio.
En esas estamos.
 

(1) “¿Una fábrica de independentistas? Procesos de nacionalización en Cataluña”, en S. Forti, A. Gonzàlez i Vilalta y A. Ucelay Da-Cal (eds.), El proceso separatista en Cataluña. Comares Historia 2017.