viernes, 25 de marzo de 2016

ESTE NO ES MI CONGRESO, QUE ME LO HAN CAMBIADO


Mariano Rajoy se ha “mineralizado”, en comentario de un cronista político. No sabe, y sobre todo no contesta. Sigue “en funciones”, pero no está dispuesto a dar cuentas a nadie del contenido concreto de esas funciones. Se le supone dispuesto, en coherencia con toda una larga trayectoria anterior, a comportarse “como Dios manda”, pero en el pack completo de ese mandato divino cuchicheado a su oído no se incluye ninguna forma de explicación pública de su conducta.
Quizás el secreto sea que no está haciendo nada, y por esa razón no tiene nada que contar. Ya no dispone de un rodillo con el que apisonar a la oposición en el congreso, de modo que carece de alicientes para presentar aquellas iniciativas legislativas tremendas que los brazos de madera de su bandería le jaleaban con alboroto mitinero según la vieja y añorada fórmula chulapa revivida históricamente por Andrea Fabra: «Que se jodan».
Este ya no es “su” congreso; alguien se lo ha cambiado después de su última noche electoral triunfal, el pasado 20D.
Su tesis: puesto que no cuenta con la confianza de “este” congreso, no tiene por qué dar explicaciones al mismo. Es un argumento subversivo. Pero sobre todo, es un argumento sin futuro. Mariano se siente como Custer en Little Big Horn, rodeado de sioux con rastas o con bebés amorrados al pecho, que le lanzan jabalinas profiriendo gritos de guerra. Peleado con todos, abandonado de todos, malquerido en su propio círculo, transita sin honor desde la alta condición de augusto hacia la de apestado social. Podrá reclamar el puesto de registrador de la propiedad que tiene legalmente reservado en el escalafón funcionarial, pero es difícil que se abran ante él otras puertas giratorias: se ha labrado una fama merecida de perezoso, de inútil para las relaciones sociales y de metepatas. De “cuñao” en una palabra, la clase de persona que ningún director-gerente querría como adorno político del consejo de administración de su empresa.
Peridis pinta a Mariano inmóvil y amortajado en su ataúd, pero confiado en una próxima resurrección de entre los muertos. Es posible que sea así. Pero mientras sus pisadas de paquidermo sigan arruinando sin remedio el plantel de ambiciones frescas que afloran en su partido, no se ve con qué argumentos específicos espera montar la campaña electoral de sus ya escasos fieles para el próximo junio.
El problema no es que no cuente con la confianza del parlamento; es que ha perdido también la confianza de los poderes fácticos, que andan buscándole un sustituto a toda prisa.