miércoles, 16 de marzo de 2016

PERICLES ERA KEYNESIANO


Y si no, lo fue el filósofo Anaxágoras de Clazómenas, que fue su asesor principal. Plutarco, a quien tengo por fuente de esta chuchería, cuenta una anécdota conmovedora de los dos. Andaba tan ocupado Pericles con los graves asuntos políticos de la ciudad de Atenas que descuidó a su consejero, el cual no poseía medios de fortuna propios. Reducido a vivir del aire, Anaxágoras, antes que pedir ayuda a su poderoso protector, se tendió en un rincón y se cubrió la cabeza, señal que entre los atenienses tenía el significado de que se esperaba la muerte. Alguien contó el caso a Pericles, que corrió sobresaltado al lado de su amigo y le rogó que no se dejara morir, porque sus prudentes consejos eran la luz que inspiraba todos sus actos, y sin ellos quedaría a oscuras. Después de hacerse de rogar un rato, Anaxágoras se descubrió por fin y le respondió: «Pericles, los que necesitan una lámpara le echan aceite.»
Vamos al tema keynesiano. Pasaba Atenas, después de las victorias sobre los persas, por un mal momento: exceso de población (para la guerra se habían juntado en la ciudad todos los brazos disponibles) y almacenes de grano vacíos. Pericles inició una política de expansión enviando hombres “de buena edad y robustos”, en expresión de Plutarco, al Quersoneso, a la Tracia, a Naxos y a Italia. Respecto de la «muchedumbre no llamada a filas y obrera», la empleó en grandes proyectos de obras sufragadas con el erario público. «Porque había la materia prima: piedra, bronce, marfil, oro, ébano, ciprés; trabajaban en ella y le daban forma los carpinteros, vaciadores, fundidores, canteros, teñidores de oro, ablandadores de marfil, pintores, esmaltadores y torneros; además, en proveer de estas cosas y portearlas entendían los mercaderes y pilotos en el mar, y en tierra, los constructores de carros, arrieros, carreteros, cordeleros, lineros, guarnicioneros, constructores de caminos y mineros; y como cada arte, a la manera de cada general su brigada, mantenía en formación su propia muchedumbre de simples peones, viniendo a ser como el instrumento y cuerpo de su peculiar ministerio, a toda edad y naturaleza, para decirlo así, repartían y distribuían sus exigencias el bienestar y la abundancia.» (Plutarco, “Vida de Pericles”, en Vidas paralelas, José Janés editor, Barcelona 1945, traducción de don Antonio Ranz Romanillos; procede el volumen de la biblioteca de mi padre.)
Así se levantaron en un tiempo asombrosamente corto el Partenón, los Propíleos, el Odeón, la llamada “muralla larga” entre Atenas y el puerto del Pireo, y otras obras memorables. El partido aristocrático se opuso a tal despilfarro de los caudales públicos, logró detener momentáneamente las obras y propuso la expulsión de Pericles de la ciudad. El gobernante replicó en el Areópago que estaba dispuesto a sufragar él mismo todos los proyectos, sin tocar los haberes públicos, pero que en tal caso los monumentos habían de ser de su propiedad particular, y no de la ciudad. La solución pareció satisfactoria a los aristócratas ociosos pero no a los obreros, que se enorgullecían de su propia participación activa en aquellas mejoras ciudadanas. De modo que, llegado el momento de someter a Pericles al ostracismo, salió airoso de la votación y el condenado a exiliarse fue su rival Tucídides (no el historiador sino el político del mismo nombre, jefe del partido aristocrático).
Me parece refrescante leer una historia así en los tiempos que corren.