domingo, 27 de marzo de 2016

EUROPA HECHA PEDAZOS


El Brexit ha dejado de importar demasiado, ¿qué más da que Gran Bretaña se vaya a ir del todo de Europa si ya, para la mayoría de los efectos, casi no está? En cuanto al liderazgo de la señora Merkel como nueva Dama de Hierro de los destinos comunitarios, después de unos inicios que prometían un rigor inflexible y una disciplina prusiana, se deshilacha entre medidas que no se cumplen y recomendaciones que caen en saco roto. No solo es un fracaso la política común; también lo es la policía común. Los cazabombarderos belgas saldrán en misión salvífica a bombardear al ISIS en Siria, cuando tienen al enemigo real acantonado en Molenbeek.
Es la idea misma de Europa, de una unión europea, lo que ha entrado en crisis en estos días. La crisis había empezado por la moneda común, pero ahora la moneda común es casi el único interés compartido, casi lo único que mantiene en pie el tinglado.
Permítaseme apuntar que una Europa concebida desde los principios del neoliberalismo financiarizado no tiene puñetero sentido. La lógica del egoísmo capitalista y del beneficio privado se compadece mal con políticas dirigidas a la cohesión social, a la compensación de las desigualdades de partida, y a la tutela escrupulosa de los menos favorecidos. Una política así serviría de red de seguridad eficaz contra el terrorismo de barriada, que es el realmente existente, y no una tenebrosa conspiración mundial. Pero la receta que se elige es la de incrementar el renglón del gasto militar y las hazañas bélicas, a sabiendas de que esa opción repercutirá en nuevos recortes sociales en las barriadas del extrarradio de las capitales europeas, donde la falta de oportunidades más absoluta hace que florezcan juntos la miseria, el lumpen y el fanatismo suicida y homicida.
La última ampliación de la Unión creó un espejismo de prosperidad publicitado en todo el mundo con grandes ditirambos, pero que murió de éxito en 2008 con el anuncio de la quiebra de Lehman Brothers. De paso, la idea peregrina de una gobernanza científica infalible basada en los indicadores globales de los mercados ha resquebrajado los fundamentos de la práctica de los estados participantes y hecho virar ciento ochenta grados los presupuestos de sus políticas económicas. El objetivo último ya no es la prosperidad de las personas, sino la contención de los presupuestos; no la salud pública, sino el recorte en el gasto de la sanidad; no la vivienda al alcance de los más humildes, sino la vivienda de los más humildes como tema de especulación de los fondos buitre. Etcétera.
Esta etapa aciaga de la historia de Europa está dirigida por una generación de dirigentes anodinos, borrosos, dóciles a los estímulos que reciben de los círculos de las altas finanzas. No Juncker ni Merkel, sino Draghi es hoy por hoy quien exhibe músculo y capacidad de iniciativa en la Unión. La gestión del problema de los refugiados llevada a cabo por Donald Tusk debería haber impuesto su recambio fulminante, pero nadie en las esferas comunitarias parece incomodado por Tusk.
Obviamente, tampoco desde las trincheras de las naciones se cuestiona este tipo de política común. Todos callan y reman. Reman en la misma dirección probablemente, pero no es la dirección de una Europa más grande y fortalecida, sino la del Grexit, el Brexit y los demás “exits” en potencia. En una palabra, el retorno de cada cual a su covachuela de origen.