sábado, 12 de marzo de 2016

UN MUNDO INCOMPRENSIBLE A SIMPLE VISTA


Ayer pasé delante de una librería y vi en el escaparate un libro de Stephen Greenblatt en cuya portada aparecía media cara de Shakespeare. El título no me sonaba, pero entré (es milagroso el “efecto llamada” que tienen las puertas abiertas, las luces y los mostradores de novedades en primer plano, en las librerías organizadas con criterios modernos), comprobé que se trataba de una traducción del Will in the World, lo compré y me lo traje a casa preguntándome por qué diablos los editores le han plantado el título “El espejo de un hombre”. Suele buscarse en el título un gancho de ventas, pero difícilmente se me ocurre nada más anodino y despistante que ese título. Si se quiso decir que Will fue el espejo de toda una época y de todo un mundo, la frase tendría que estar construida al revés; el espejo de un hombre es, todo lo más, un hombre delante de un espejo, algo que nos ocurre a todos cada mañana.
De ahí pasé, después de la lectura del prefacio, a un orden de ideas diferente. Greenblatt considera a Shakespeare el más grande literato de todos los tiempos. Señala además la gran coincidencia existente entre su criterio y el de muchísimas otras personas. Ocurre así, en efecto, pero solo en el universo angloparlante. Quienes no formamos parte de él, reconocemos sin titubeos el valor y la grandeza de Shakespeare, pero somos mucho más remisos a darle la primacía.
La razón es evidente, y me ayuda a expresarla una afirmación dudosa de Juan Luis Cebrián en un artículo que publica esta mañana en su periódico: «Desde su creación en seis días, el mundo se ha edificado a modo de relato, y los narradores han sido instrumento primordial de su desarrollo.»
Vamos por partes. Ni el mundo se creó en seis días, ni puede decirse que “se ha edificado”, ni los narradores han contribuido en forma alguna a desarrollarlo. Cebrián está utilizando mitos y metáforas solo admisibles como licencias poéticas. Queda en pie, con todo, el fondo de su argumento: el mundo solo es comprensible a través de la palabra, y la palabra depende de una estructura compleja que ordena significantes y significados en distintas categorías relacionadas entre ellas. Esa estructura es el lenguaje, y como hay infinitos lenguajes posibles, así hay infinitas formas posibles de dar sentido a un mundo incomprensible a simple vista.
Tendemos a dar especial consideración como el trujimán más maravilloso, en esa operación de “dar sentido” al mundo que nos rodea, al escritor que históricamente fue capaz de dar mayor proyección a la lengua que utilizamos; mayor precisión, ambición, flexibilidad y riqueza de matices; quien hizo madurar la lengua desde la tosquedad del habla primitiva, y colocó su obra como ejemplo y parangón para las generaciones posteriores. Shakespeare representa todo eso para los angloparlantes, Dante para los italianos, Cervantes para nosotros, y en Francia la cuestión está mucho más indecisa, aunque autores como Racine, Montaigne y Voltaire tienen buenas opciones en ese sentido.