jueves, 27 de abril de 2017

EN EL ANIVERSARIO DE GRAMSCI


Hoy hace ochenta años que murió en Roma Antonio Gramsci. Estaba internado en la clínica Quisisana debido al deterioro irreversible de su salud, y técnicamente se encontraba en libertad condicional después de muchos años de prisión y de maltrato en las cárceles mussolinianas. En la tarde del 25 de abril sufrió una hemorragia cerebral, y murió a las 16.10 del día 27. Junto a él estuvo en todo momento su cuñada Tatiana Schucht. Su hermano Carlo se presentó en la clínica al conocer la noticia. Fueron las dos únicas personas a las que se permitió asistir al traslado del féretro al depósito; porque Giulia o Julca, la esposa, y los dos hijos de ambos, Delio y Giuliano, estaban a miles de kilómetros, en Moscú. El questore de Roma hizo la siguiente relación de los funerales, el 28 de abril (dejo el texto en italiano, creo que se entiende bien): «Comunico che questa sera, alle 19,30, ha avuto luogo il trasporto salma noto Gramsci Antonio, seguito soltanto dai famigliari. Il carro ha proceduto al trotto dalla clinica al Verano dove la salma è stata posta in deposito in attesa di essere cremata.»
Hay enterradores de vocación que persisten, ochenta años después, en tratar de incinerar a Gramsci; curas y barberos ansiosos por expurgar su biblioteca. Anoten el nombre de uno de ellos: Ramón Vargas-Machuca, filósofo y columnista de elpais. Publica hoy una tribuna bajo el título “El Gramsci de todos”, decidido a instalar sus cenizas en un panteón y a cerrar el sepulcro con siete llaves. Su Gramsci “de todos” es, más bien, el Gramsci de nadie. Atiendan a esta perorata insólita: «Tomarse a Gramsci en serio es no obviar su condición radical de “pasado ausente”. Respetando su historicidad podremos rastrear con cierta corrección epistémica e integridad intelectual al Gramsci real. De esta manera, se desvanece también la ingenua pretensión de hallar en él un menú de recetas para tratar un presente cuyos rasgos básicos se obvian. A los textos de Gramsci podría aplicarse aquello de que “con fecha se entienden todos; sin fecha, ninguno”. En fin, tratemos a Gramsci como un clásico.»
Si Gramsci es “pasado ausente”; si sus escritos solo se entienden cuando se les pone fecha, no tiene objeto plantearse tratar a Gramsci “como un clásico”. Un clásico trasciende su época, coloca su legado en una onda temporal más larga y reclama ser escuchado y atendido desde la posteridad. La pretensión del articulista es exactamente la contraria, a pesar de esta bonita frase final: «Un clásico es aquel cuyo proyecto ya no cabe aplicar pero de cuyo bagaje no podemos prescindir.» La distinción entre “proyecto” y “bagaje” es gratuita, y difícil de aplicar incluso desde una perspectiva estrechamente casuística. ¿Se ve el profesor Vargas-Machuca capaz de aplicarla a la obra de Montesquieu, de Stuart Mill, de Platón? ¿A la de Mahoma, de Jesucristo, de Gautama Buda? Lo que está proponiendo con Gramsci es cancelar toda posible pretensión de vigencia de sus textos porque, una vez examinada su fecha de caducidad, se comprueba que ha pasado con mucho.
Dejo de lado la cuestión de que Vargas-Machuca, como tantos otros componentes de la caterva paisiana, a lo que se dedica en ese texto generosamente pagado (supongo) es a disparar a mansalva contra Podemos; en este caso, contra los discutibles fundamentos teóricos del trío Laclau-Mouffe-Errejón. No me importa que lo haga, o no me importa “tanto”; pero, cuando lo hace utilizando a Gramsci como munición, está tirando por la ventana el niño junto al agua sucia de la palangana.