lunes, 17 de abril de 2017

LA EXPLOSIÓN DE THERA

Varios sucesos que conmocionaron el mundo antiguo y han llegado a nosotros por vías diferentes, podrían haber tenido un origen común. En concreto, el mito de la Atlántida, la salida de Israel de su esclavitud en Egipto y el final de la civilización minoica en Creta, pudieron haber dependido de una tremenda erupción volcánica localizada en la isla de Thera, una de las Cícladas, conocida hoy con el nombre de Santorini. El cataclismo tuvo lugar hacia el año 1470 antes de nuestra era, y se ha escrito mucho sobre el tema; yo sigo en este apunte, sin más pretensión que la divulgativa, el bien documentado relato del poeta y ensayista polaco Zbigniew Herbert en El laberinto junto al mar (Acantilado, Barcelona 2013, traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski).
La civilización cretense, llamada minoica por el más o menos mítico rey Minos, fue redescubierta por el arqueólogo Arthur Evans, que “resucitó” el palacio real de Cnossos y otros centros políticos y ceremoniales. Creta había caído en manos de pueblos de origen dorio hacia el 1200 antes de nuestra era. En la Grecia continental aquella guerra tomó la forma del mito de Teseo, el héroe que mató en su laberinto a Minotauro, monstruo engendrado por la reina Pasífae de un toro, y liberó a los atenienses del tributo anual de siete muchachos y siete doncellas entregados a la voracidad de Minotauro.
Con todo, la arqueología ha datado la destrucción violenta de los palacios cretenses en un momento bastante anterior a la conquista; y también se constata que el activo comercio de Creta con Egipto y Asiria quedó interrumpido por lo menos dos siglos antes de su sumisión a Atenas.
De otro lado, en dos de los últimos diálogos de Platón llegados hasta nosotros, el Timeo y el Critias, el filósofo hace alusión al hundimiento en el mar de un continente “mayor que Libia y Asia Menor juntas”. El legislador ateniense Solón tuvo noticia de dicho suceso durante una estancia en Egipto, por boca de los sacerdotes de aquel país. Solón habló a Platón de la desaparición de un continente debida a una gran explosión ocurrida nueve mil años atrás en el Atlántico, acompañada por fuertes temblores de tierra y columnas de humo que se hicieron visibles en todo el orbe.
A pesar de la incongruencia de los datos, las noticias recogidas por Solón podrían aludir a la gran erupción que sepultó en el mar la mayor parte de la isla de Thera. Al paso de las generaciones, todo el magno suceso se había hecho mucho más remoto en el espacio y en el tiempo de como realmente ocurrió. La erupción debió de producirse unos novecientos (y no nueve mil) años antes del viaje de Solón a Egipto; y Santorini no está en el Atlántico sino en el mar Egeo, apenas cien kilómetros al norte de Creta, y a una distancia no mucho mayor del delta del Nilo, de modo que los efectos de un fuerte movimiento sísmico tuvieron que ser muy perceptibles en toda la cuenca del Mediterráneo oriental. La antigua Thera no podía ciertamente ser confundida con un continente, pero tenía una extensión por lo menos tres veces superior a la actual Santorini, y estaba coronada por un gran cono volcánico de más de mil quinientos metros de altitud. De hecho el volcán ya parcialmente sumergido entró de nuevo en erupción en 198 a.C., y de ello nos han llegado noticias más precisas a través del geógrafo Estrabón. «A mitad de camino entre Tera y Terasia, unas llamaradas brotaron del piélago por espacio de cuatro días, de suerte que el mar hervía y ardía.» Grandes olas barrieron las Cícladas, Eubea, Fenicia y Siria, y destruyeron dos terceras partes de la ciudad de Sidón. Poco a poco, como empujada por una palanca, surgió a la superficie del mar una nueva isla compuesta de materiales incandescentes.  Esta isla, emergida a poca distancia del perfil occidental de Santorini, se llama hoy Palea Kameni, la “Vieja Quemada”.
Los sismólogos calculan que la anterior erupción de Thera pudo ser cuatro veces más violenta; mayor incluso que la histórica del volcán Krakatoa, en Sumatra, que también provocó el hundimiento de una porción amplia de tierra y toda clase de cataclismos. Más fuerte aún, en algunos aspectos, que la explosión de una bomba atómica. La lava del Vesubio enterró a Pompeya, pero los palacios de Cnossos, Festos, Hagia Triada y otros situados a lo largo de la costa septentrional de Creta debieron de ser arrasados de forma súbita por el terremoto mismo y por su secuela, una gran ola de más de cuarenta metros de altura.
En Egipto el cataclismo debió de manifestarse con temblores repetidos, un oscurecimiento de la luz diurna, lluvias de cenizas, aguas de color terroso, plagas y epidemias diversas. En un papiro de la época de la XVIII Dinastía, se habla de «una larga noche, truenos, diluvios y días en los que el sol del firmamento era tan pálido como la luna. No había manera de salir de casa, y unas tempestades violentas hicieron estragos durante nueve días. ¡Oh, que enmudezca por fin el estruendo de la Tierra!»
La descripción del papiro viene a coincidir con el relato de las plagas de Egipto en la Biblia. En aquel ambiente de terror telúrico, Moisés pudo conseguir de Faraón permiso para marchar con su pueblo hacia la Tierra Prometida. Es aventurado relacionar el paso del mar Rojo con un tsunami, porque el período de retirada de las aguas no pudo ser tan largo como para permitir el paso de una multitud que por fuerza tenía que moverse con lentitud. Pero el fenómeno del cauce seco del mar y la posterior irrupción de una gran ola que lo cubrió todo, sí pudo ser observado y anotado por testigos del suceso que sobrevivieron a la catástrofe; y sin duda la fuerza de las aguas puso fin al poder de los ejércitos de Faraón, si habían acampado en las proximidades del lugar.
Luego, la vida siguió su curso. Creta fue invadida, pero volvía a ser un reino poderoso en la época de la guerra de Troya, cuando su rey Idomeneo contribuyó con ochenta naves a la gran coalición de ciudades griegas presidida por Agamenón. Egipto siguió su trayectoria milenaria, e Israel se asentó en Palestina e inició una etapa de luchas continuadas con los filisteos y otros pueblos de la región. De la gran catástrofe de Thera quedaron algunos testimonios escritos que, de forma imperfecta y fragmentaria, han permitido a los estudiosos de siglos muy posteriores reconstruir a su modo lo sucedido.