sábado, 29 de abril de 2017

PUJOLANDIA


Josep Ramoneda recuerda (en elpais) las palabras de Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, cuando Pasqual Maragall, al frente del primer tripartito (PSC, ERC, ICV), ocupó la presidencia de la Generalitat: Ens han fet fora de casa, nos han echado de casa.
Aquella primera humillación fue vivida por el tardopujolismo como un sacrilegio, más que como la derrota de una opción política. Las esencias sagradas se estremecieron; el pueblo del Patriarca había sido expulsado con violencia (la violencia de unos votos “foráneos”) de su hábitat natural; tal y como los mossos desahucian a un mindundi cualquiera de su vivienda de protección oficial.
Ferrusola profetizó en otra ocasión, con amargura, la llegada de tiempos difíciles en los que las torres románicas de las iglesias catalanas serían reconvertidas en minaretes. Hay un fuerte sentido mesiánico en la parábola. Equipara a los catalanes con el Pueblo elegido, que desde el destierro y el oprobio espera llegar algún día a la Tierra prometida. Las vejaciones implícitas a la larga travesía del desierto se resolverán entonces en una nueva Jerusalén en la que manarán ríos de leche y miel (tal vez de mel i mató, más idiosincrásico).
En cualquier caso, ha existido siempre un fuerte sentido patrimonial, además del religioso, en el nacionalismo catalán. Esta es una tierra de acogida en la que se tolera bien a los advenedizos (el propio Pujol habló de convertir Catalunya en una gran pista de aterrizaje para las multinacionales), siempre que paguen puntualmente el arrendamiento convenido a los amos del lugar.
Y los amos no cambian. Son, en primerísima fila, unas cuantas familias protagonistas de una larga saga, promotoras de todo (el comercio, la cultura, la religión, la industria, los juegos florales) y a las que todo es debido. Existe una jerarquía espiritual, además de la material, pero ambas están estrechamente unidas. Como sucedía con el calvinismo, la riqueza es aquí un signo de predestinación.
Ahora el juez De la Mata sitúa a Marta Ferrusola (Això és una dona!, la aclamaban sus fieles en un multitudinario homenaje ¿espontáneo?) en el centro del patrimonio ilegítimo amasado por la familia Pujol. Ella era, al parecer, la que controlaba la trama. No es una trama espectacular, imposible compararla con los grandes pelotazos que se generan en la capital del reino, con el palco del Bernabeu como péndulo de Foucault invisible que recorre sucesivamente todas las posiciones del círculo. Pero este es un país pequeño, ya lo dijo Pep Guardiola, otro profeta desarmado.
Los Pujol no formaban parte originaria de la oligarquía de las grandes familias catalanas, pero para Ferrusola no era concebible que el rango espiritual de su marido en el país no se viera equiparado y confirmado por una posición similar en el rango patrimonial. Así fue, al parecer, como empezó a crecer esa burbuja oculta, no tanto invisible como omitida y sobreentendida, que solo ha reventado cuando se ha perdido la sintonía sutil de la Catalunya "de siempre" con el poder central.
Y es que las culpas del enriquecimiento ilícito de los Pujol no son únicamente una cuestión catalana. También esto lo señala Ramoneda en su artículo.