sábado, 22 de abril de 2017

OMERTÀ


Visita sorpresa en mi modesto apartamento de Poldemarx (1). Suena el timbre del portero automático, y a la pregunta ritual de quién es, responde una voz de barítono, con un deje inequívoco de autoridad: «Montalbano sono.» El comisario de Vigata, al que conozco desde hace muchísimos años, cuando era un joven inquieto que se iniciaba con talento innato en el oficio de esbirro.
¿Qué le trae por aquí, Salvo? Me contesta que se ha ofrecido a su amigo Andrea Camilleri para firmar en su nombre unos ejemplares para la Diada de Sant Jordi. En realidad él tenía que venir de todos modos por una investigación en curso; pero no a Barcelona, en Barcelona nunca pasa nada, solo menudencias, sino a Madrid, un hervidero de intrigas y crímenes.
– ¿Y quién es su sospechoso en este nuevo caso?
– ¡Ah, cualquiera! Tenemos lo que los franceses llaman embarras de choix. En Vigata, para cualquier delito en el que aparecen relacionados la política y los negocios privados, sabemos que de un modo u otro la familia Lupara estará detrás. En Madrid, salvando diferencias de detalle, ocurre más o menos lo mismo. Todo es un gran caldo de cultivo, todo está relacionado.
– No se estará refiriendo a…
– Lo siento, caro Roderigo, no puedo dar nombres ni datos. Esto es estrictamente confidencial.
– Entiendo.
– Mejor. Lo llamativo, si me permite la precisión, son ciertas concordancias colaterales. Cuando actúan, los Lupara avanzan en cuadro, como dice la historia que hacían los ejércitos napoleónicos. Todo el escuadrón unido, codo con codo. Bajo el fuego enemigo, los que caen son reemplazados sin vacilación por los de la segunda fila, y así sucesivamente, de modo que el frente sigue compacto y avanza implacable al asalto a la fortaleza. Ahora no se trata de tomar fuertes sino de esa operación peculiar llamada comúnmente “extracción de rentas”, pero el principio es el mismo: la formación compacta de combate, el codo con codo, la cobertura y la protección recíprocas para los asaltantes. Incluso algún detalle accesorio muy curioso.
– Usted dirá, mi querido Salvo.
– Entre los Lupara, “fare la bionda”, hacerse la rubia, designa una forma muy concreta de afrontar un interrogatorio policial. El sentido de la expresión es oscuro, pero viene a equivaler a salirse por la tangente, “Ah de eso yo no sé nada, señor comisario. Yo llegué al lugar de los hechos por casualidad, cómo iba a saber que alguien se había dejado cruzado en mi camino un catafero apiolado a punta de navaja y con la lengua seccionada por soplón. Yo tomé ese callejón trasero en concreto para atajar, mi intención era llevarle unos bombones a una sobrina de mi mujer que cumplía años ese día. Doce años, señor comisario. Un encanto de niña.”
– Curioso, el detalle de la rubia.
– Banal, más bien. Todo deriva de la regla básica de la omertà, la ley del silencio de la mafia. No siempre se puede callar todo, esconderlo todo, y entonces son los lugartenientes los que se comen los marrones. La mierda, con perdón, no debe salpicar nunca a los de arriba; solo al escalón intermedio, el de los cabos gastadores, los que marchan en primera fila. Las normas son estrictas. Los señalados con el dedo irán a la cárcel, pero la magistratura y las autoridades carcelarias procurarán ser amables con ellos. Después, habrá mil ocasiones para indultos estratégicos. La santa madre iglesia es muy eficaz en estos menesteres. Ya sabe, perdonar es de cristianos.
– Me deja usted de piedra, Salvo.
– Vamos, vamos, Roderigo. Sabe que en estas cuestiones los Lupara son meros aprendices. El gran juego, el de verdad, tiene lugar en las grandes capitales, en contacto estrecho con los aparatos del estado: la policía, la magistratura, el parlamento, los medios de comunicación al servicio del poder, los palcos de los estadios deportivos…
– ¡Ah, vaya, se está usted refiriendo a…!
– Ni una palabra más, caro Roderigo. Mis labios están sellados. No puedo dar nombres ni datos. Este es un asunto confidencial.
Anochece. Cruza el mar delante de nuestra terraza un gran crucero cuajado de luces, deslizándose silencioso por el agua en calma.
– Esos van a mi paese, a Génova. ¡Maldita sea mi estampa! – rezonga entre dientes el comisario. No parece que esté muy a gusto con su misión.


(1) Para quien carezca de informaciones geográficas precisas. Poldemarx es un diminuto enclave costero que forma parte de la república libre de Parapanda. No consta su situación en Google Earth debido a un veto directo emanado de la administración Trump, pero es fácil llegar allí desde Barcelona en una noche serena, tomando como referencia la segunda estrella por la derecha y siguiendo todo recto en dirección nordeste, hasta encontrar un espolón de roca a flor de agua que constituye un área de descanso para cormoranes (corbs marins en catalán). El pueblo propiamente dicho está detrás de los pájaros. Algunos residentes de Poldemarx somos también un poco cormoranes.