miércoles, 26 de abril de 2017

PATRIA, DE FERNANDO ARAMBURU


Gran lección de anatomía la de Fernando Aramburu, que ha utilizado el escalpelo con precisión y al mismo tiempo con delicadeza, para hacernos visibles las entretelas de unos personajes abrumados en sus vidas cotidianas y en sus relaciones sociales rutinarias, simplemente humanas, por el peso insoportable de una patria omnipresente.
De “una” patria.
Hay muchas patrias, y todas ellas son potencialmente venenosas. Se equivocan quienes piensen que lo que se cuenta en la novela de Aramburu son cosas de Euzkadi, localismos idiosincráticos no trasplantables a otras latitudes. Las patrias, en plural, están ahí, reclamando insistentes, como Shylock, su libra de carne. Lo vemos en el despliegue de egoísmos sagrados que campean en estos precisos momentos por el mundo y condicionan los resultados de todas las elecciones democráticas. Patria como «lo nuestro», lo inefable, la última trinchera frente a “los otros”. «Todo por la patria» sigue siendo una consigna emblemática. «Es dulce y adecuado morir por la patria», si lo decimos tal y como lo dejaron escrito los antiguos.
Aramburu suprime cualquier énfasis y va al meollo, al deseo íntimo de normalidad e incluso de rutina por parte de unas personas obligadas por las circunstancias a asumir con todas las consecuencias, en su trayectoria vital, nada menos que el curso de la Historia. Una Historia que gravita sobre ellos hasta asfixiarlos, decidida a ser quien tome todas las decisiones.
Cada cual, metido en el ojo del huracán, reacciona como puede, como mejor sabe. Unos asumen sin reservas la presión social que padecen – desde el púlpito, desde las instituciones que les señalan el camino de los deberes sagrados, desde la herriko taberna donde nadie desea aparecer como un apestado –, y otros buscan alternativas, vías de escape. Todos tienen que adaptarse de un modo u otro a la presión para poder vivir, operación difícil con ese bulto tremendo, la patria, encajado en su interior. Bienvenido o no, se ven forzados a hacerle un hueco, simplemente para poder subsistir, para trampear desde la conciencia de no estar a la altura de las circunstancias históricas, para ir sobreviviendo a duras penas.
La novela me parece magnífica. Estoy haciendo un juicio literario, no político. Pero desde la conciencia de que la literatura es ante todo un ajuste de cuentas implacable con la vida, con la vida política también.
Me alegra el Premio de la Crítica, me alegran las cifras de ventas, la difusión imparable de un libro que ha prendido en la gente a pesar de que no gustará a los ideólogos, ni a los santones de las diferentes causas todas ellas loables, ni, tal vez, a los moralistas que esperan invariablemente el triunfo apoteósico del Bien absoluto (¿qué es eso?), y la reprobación eterna del Mal con mayúscula.