sábado, 8 de abril de 2017

LA RUTA 155


Una vez más, Andrés Trapiello escribe en tono beligerante sobre Catalunya, en una tribuna de elpais. Se pregunta por qué hay almas de cántaro que predican que la política de Rajoy ha creado cientos de miles de independentistas, cuando es historia que eso mismo no había ocurrido antes con Aznar. Hay una respuesta clara a esa pregunta: es historia, también, que el mecanismo de reclutamiento de independentistas se puso en marcha a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional que recortó un estatuto de autonomía que había sido aprobado por las Cortes españolas y tenía el voto favorable en referéndum (sí, hubo un referéndum legal, entonces) del pueblo catalán. Fue Rajoy quien utilizó el golpe de baja política de demonizar a los catalanes y sustanciar recurso legal contra decisiones de carácter político y adoptadas con todas las garantías democráticas. Aquello produjo una quiebra de confianza grave, entre el Estado y una de sus partes. El president Montilla alertó en la ocasión acerca de la “desafección profunda” que la sentencia iba a generar en los catalanes en relación con España. Quienes ahora colocan el federalismo y la vuelta al estatuto como remedios para el malestar palpable, se rieron entonces de Montilla: “¡Sagerao!”, dijeron, muy seguros de sí mismos.
La aplicación ahora del artículo 155 de la Constitución para sofocar el desafío –bastante aguachinado – de la cúpula institucional nacionalista catalana, tal vez no sería una máquina de fabricar nuevos independentistas, pero sí hundiría los últimos puentes de diálogo posible (el diálogo efectivo brilla por su ausencia) en una situación política sumamente delicada.
Porque hay dos formas distintas de considerar la dinámica funcional de una nación-estado: la primera, como unidad de destino en lo universal, al modo joseantoniano. Lo cual incluye la unanimidad forzosa, el ordeno y mando como método privilegiado de gestión del común, y la guardia vigilante junto a los luceros por los siglos de los siglos. Creíamos habernos liberado de esa interpretación con la transición del franquismo a la democracia.
La otra forma es la expresada, creo, por Ortega: un proyecto sugestivo de vida en común. Analicen los trapiellos qué sugestión cabe en el proyecto de España que estamos compartiendo todos velis nolis, y qué adhesión puede generar en aquellos que hemos visto mutilada nuestra ley autonómica, nuestro proyecto propio de vida en común, en virtud de altas entelequias difíciles de entender.
No hay unanimidad en Catalunya respecto de la solución más adecuada al encaje en España. No la habrá, a pesar de los pesares, sea cual sea el camino que se tome en esta coyuntura. La unanimidad, en cualquier caso, no es un desiderátum; es preferible la unidad alcanzada mediante síntesis de posiciones que eran diferentes en principio, y seguirán siéndolo - algo menos, tal vez - incluso al final de un largo diálogo.
Pero si se utiliza la ruta 155, como proponen hoy muchos trapiellos a coro, movidos por un sentimiento de nacionalismo puro tan poco respetable como el de la parte contraria, es conveniente que al menos se tenga conciencia clara de que se trata de una ruta sin retorno.