miércoles, 19 de abril de 2017

LA MATERNIDAD DE ELNA


A Jordi Mir

Elna (Elne en francés) es una población rosellonesa, al sudeste de Perpinyà, con una hermosa catedral románico-gótica que resume en sus torres cuadradas y en su claustro prodigioso muchos siglos de historia. Fue el lugar elegido por Matisse para instalarse con algunos amigos pintores para trabajar con criterios nuevos sobre el color, de modo que no es exagerado llamarla cuna del fauvismo. Y en 1939 una maestra suiza, Elisabeth Eidenbenz, escogió un edificio semiabandonado de los alrededores, el palacete de Bardou, para instalar en él una maternidad que ayudara a las mujeres republicanas españolas  refugiadas en los campos vecinos de Argelers, Saint-Cyprien o Le Barcarès.
El edificio tiene cuatro plantas, grandes ventanales y una terraza abierta al sur. Allí nacieron un total de 597 niños entre noviembre de 1939 y la Pascua de 1944, bajo la protección precaria de la neutralidad suiza primero, y luego de la Cruz Roja internacional. Fueron en los primeros años bebés españoles, fugitivos de las represalias por la guerra civil; después judíos, fugitivos del horror nazi. El equipo que les atendía estaba compuesto por alumnas de la escuela suiza de enfermería y por voluntarias, tanto de las localidades vecinas como refugiadas de los campos de concentración. En un pequeño automóvil, apodado Rocinante, Elisabeth en persona recorría la región y brindaba ayuda a las embarazadas de los campos. En Elna tenían sol, agua abundante, comida suficiente. Se trabajaban los campos vecinos (hoy hay un alcachofar frente al jardín). Había clases prácticas de cuidado a los bebés; también se cantaba mucho a coro, según los testimonios de mujeres que estuvieron allí. Todo acabó con la apropiación del edificio por el ejército alemán, después de varias inspecciones siniestras de la Gestapo en busca de judíos, a las que Elisabeth Eidenbenz opuso una resistencia hosca y tozuda.
Muchas mujeres debieron a Elna y a Elisabeth en aquellos años la vida propia, además de la de sus hijos. Hoy los 597 nacidos allí están inscritos en una larguísima lista, en una de las paredes.
La recuperación del palacete de Bardou y de la memoria de la maternidad son hechos muy recientes. Carmen y yo habíamos visto una pequeña exposición de fotografías y testimonios en el museo local de Elna, hace años. Luego fue Jordi Mir, amigo y colega en aventuras editoriales, quien en una conversación casual me informó de que se había recuperado el edificio y convertido en un memorial. Hace muy poco vimos por TV3 una película, La llum d’Elna, dirigida por Sílvia Quer, y un documental centrado en el reencuentro de mujeres con el lugar de su maternidad o de su nacimiento.
Hemos aprovechado una estancia de mi hija y mis nietos griegos para hacer una escapada de dos días al Rosellón, incluida visita a Elna. Estaban también allí, cuando llegamos, tres autocares de visitantes que venían de Girona. Mis nietos lo miraron todo con mucha atención y cara seria. No era una historia feliz, pero sí aleccionadora. A Mijaíl le costó asimilarla: «Tengo problemas», nos anunció.
Elna manda una señal fuerte a la Europa triste de los refugiados, de las nuevas barreras y del racismo. Perpinyà estaba en ascuas por la campaña electoral. Delante del Hôtel de Ville, junto a la Loge (Lonja) gótica catalana, vimos los carteles colgados de los candidatos. La foto de Marine Le Pen estaba rayada y adornada con un epíteto poco amable (grosse pute). Macron también aparecía rayado, pero sin comentarios. Mélenchon parece bien considerado, a juzgar por lo menos por las listas del FNAC, en las que su libro-programa figura con el número 2 entre los más vendidos de no ficción.
Pero en Francia, como en Europa, todo está aún por decidir. La silueta casi futurista del palacete de Bardou podría ser un símbolo de lo que muchos queremos para Catalunya, para España, para Francia, para Europa.