lunes, 3 de abril de 2017

UN PASO MÁS, A LA IZQUIERDA


Ya se puede acceder, en el lugar de siempre, al número 8 de Pasos a la izquierda, una aventura editorial emprendida por un grupo modesto de personas que intentamos “abrir ventanas” (operación a la que aluden las ilustraciones seleccionadas por Carme Masià), para que corra el aire y para conseguir perspectivas nuevas que ayuden a superar el bucle político actual.
Puede que me extienda en otro momento sobre el extenso reportaje a dos voces de la Marcha de las Mujeres en Washington; da cuenta de una experiencia viva e instruye sobre el modo de aparecer las minorías, las “inmensas minorías”, en una política profesionalizada para la cual esa presencia resulta inoportuna e indeseable. Para quienes pretenden apuntalar la democracia (en abstracto) en el mero control del 51% de los votos de los parlamentos, la Marcha ha sido una mala noticia. Habrá más noticias, y también peores, para ellos. La lucha contra todos los trumps del mundo no ha hecho más que empezar.
Pero voy a centrarme hoy en el discurso de Bruno Trentin (1) en el Congreso de Rímini de 1991, cuando los comunistas italianos dejaron a un lado su nombre y parte de su ortodoxia y su rigidez organizativa para abrir una nueva expectativa en la izquierda.
El experimento no funcionó bien, lo sabemos hoy. Pero en gran medida fue porque nunca se efectuó la soldadura necesaria, que Trentin propone de forma explícita, entre la lucha por una “moderna democracia económica e industrial”, a partir de la empresa y del lugar de trabajo, y la “refundación democrática del Estado”. Se optó finalmente por mantener en la nueva organización el “primato” de la política, despojado de rigideces teóricas y de llamados a la disciplina interna. No era eso, sin embargo, lo esencial; lo que de verdad importaba era encontrar y preservar el nexo vital, el cordón ciertamente umbilical e imprescindible, que une las tres grandes realidades sociales del trabajo, la ciudadanía y la política en su más alto nivel.
Los lugares de trabajo, en las situaciones cotidianas de la prestación de saberes y servicios profesionales, son el suelo germinal de donde debe arrancar la democracia en las modernas sociedades industriales y postindustriales. No puede haber “empoderamiento” de la “gente” si no se empieza por connotarla como “gente trabajadora”, con un empleo digno o, caso de que este no exista, con derecho reconocido institucionalmente al tal empleo digno. A partir de esa exigencia seminal, la democracia puede crecer hacia arriba con la pujanza de un árbol en terreno abonado; con un amplio margen para extenderse y para ramificarse hasta abarcarlo todo con la participación de todos. En libertad.
Fue el sueño de Trentin, y no ha caducado. Está más presente y es más necesario hoy, en 2017, que cuando él lo formuló con palabras precisas y contundentes como versos, en Rímini, el 2 de febrero de 1991. Hace veintiséis años, dos meses y dos días.