domingo, 22 de abril de 2018

INSPIRADO POR DIOS


El titular del blog de aquí al lado juega con la idea, alentada por algunos medios sensacionalistas como reclamo para ganar audiencia, de que el mundo podría acabarse hoy. Vistas las cosas con fría objetividad, por un lado sería una lástima, dado que un fin del mundo tan repentino arruinaría sin remedio la Diada de Sant Jordi de mañana, que es un festejo muy bonito y tradicional en Cataluña; pero por otro lado, sería una digna culminación de la final de la Copa de fútbol que presenciamos ayer noche.
Algún antiguo, cuyo nombre no estoy en condiciones de facilitar, dijo lo de «Ver Nápoles y después morir.» Otros, emperezados con las incomodidades de un viaje a Nápoles como condición ineludible para un final tan adocenado por expresar la idea sin remilgos, preferiríamos algo más sencillo y casolano. Juan Ignacio Valdivieso habría sentenciado: «Lo veo y no lo veo.» Por mi parte, avanzo la modesta proposición siguiente: Ver primero a Iniesta, y luego morir.
Anoche, a la altura del minuto 52 del partido final de la Copa, y ya con amplia ventaja del Barça en el marcador, una larga serie de diabluras en la frontal del área sevillista finalizó con una asistencia de Messi a Iniesta, el cual estaba escorado hacia la derecha, que no es su lado. Iniesta engañó a Soria, el portero rival, con ese jugueteo de la pelota de un pie a otro que ha sido bautizado en la jerga profesional con el nombre de “croqueta”, y luego alojó el balón en la red por el rinconcito, besando el poste debido a la falta de ángulo.
Fue un detalle delicioso, solo apto para gourmets auténticos. En cuestión de goles, suele disfrutarse más la cantidad que la calidad. Y puestos a elegir lo segundo, el aficionado común prefiere los zambombazos desde fuera del área o las acrobáticas chilenas. Iniesta tiene otro estilo, y lo que hizo no es fácil. El delantero puesto en una tesitura similar, con todo el estadio en un grito y la defensa contraria preparada para el hachazo al agresor furtivo, se siente por regla general atrapado por el pánico escénico y dispara al muñeco sin pensar dos veces. Luego, si sale con barba San José, y si no, la Purísima.
Pero Iniesta recibió el recado de Messi en la misma disposición en que Adán recibe la Creación de manos de Dios, en lo más alto de la capilla Sixtina. Y como inspirado por Dios, se recreó en aquel floreo inesperado durante una fracción de segundo excelsa, antes de introducir el balón por el único hueco posible.
Si algo no puedo soportar de Dios (dicho quede entre nosotros y sin ánimo alguno de faltarLe, no me vaya a suceder lo que a Willi Toledo), es esa puta manía que tiene de escribir derecho con renglones torcidos, algo que nos ha proporcionado incontables disgustos a las gentes sencillas que no tenemos espíritu jesuita. Dios ha sido muy sobrevalorado por la larga tradición cultural monoteísta, eso es algo indiscutible.
Pero habida cuenta de que el último pase en la ocasión a que me vengo refiriendo fue de Messidiós, caben pocas dudas de que la croqueta decisiva debió de tener una inspiración divina, es decir, situada más allá de la contingencia de este pedazo de barro que llamamos mundo.
Tomen ustedes nota. Porque si luego viene de veras el fin del mundo, será un fastidio, sí, pero ya lo habremos visto todo.