domingo, 29 de abril de 2018

REACCIÓN CORPORATIVA


La crisis de la política acentúa la descohesión social, y esta a su vez retroalimenta el descrédito de las instituciones políticas.
Recuerdo aún la época en la que se consideraba que la política debía tener la primacía frente a las reivindicaciones sociales, porque el bien común exigía dar preferencia a lo general frente a lo particular. Estábamos en un mundo bipolar, y los arsenales de armas atómicas almacenados en los silos subterráneos de las superpotencias imponían un cuidado extremo en toda negociación, o iniciativa diplomática, o en la gestión en los niveles internacionales de las pequeñas guerras olvidadas en rincones remotos del globo.
Hoy estamos globalizados, y tiende a producirse el fenómeno inverso. Nadie atiende ya a los grandes movimientos, todos se afanan por dar soluciones precarias y cortoplacistas a conflictos sin trascendencia, y la política, sin recorrido en un mundo en el que todas las grandes soluciones aparecen ya como dadas y bendecidas («No Hay Alternativa»), no solo ha perdido su primogenitura sino que se ha convertido en la Ilustre Fregona de las reivindicaciones particulares.
Con la crisis de la política reflorecen los corporativismos. El Orden, con mayúscula, vuelve a ser un valor cotizado. Goethe, un facha como lo calificaría la deslenguada Ada Colau, afirmó en su día preferir la Injusticia al Desorden. Hoy ese punto de vista vuelve a tener vigencia, si bien desde una perspectiva más comprensiva y novedosa. A fin de cuentas, se preguntan nuestras elites contemporáneas, ¿por qué preferir la injusticia al desorden,  cuando está accesible en el mercado el pack completo?
Lo cierto es que en tiempos de desorden como son los actuales florecen con más pujanza las injusticias; incluidas injusticias menores, gratuitas por así decirlo, que no expresan ─por poner un ejemplo reciente─ nada más allá de una añoranza rancia por otros tiempos en los que, al decir del obispo Munilla, el diablo aún no se había instalado en los cuerpos de las muchachas en flor.
No obstante, las asociaciones de jueces, incluidas las progresistas, han cerrado filas con la Audiencia de Pamplona, incluido, y mira que era difícil, el voto particular emitido por uno de sus magistrados.
La expresión estamental de respeto al orden, al trámite previsto de decisiones y recursos judiciales establecido en las leyes y en los reglamentos correspondientes, no debería, sin embargo, sobreponerse al clamor por la injusticia manifiesta. Además de promover con vehemencia el Orden, las asociaciones de jueces, por lo menos las progresistas, deberían insistir en la cuestión de la Justicia. Porque está claro que, una vez restablecido a conveniencia el primero, la segunda no viene dada por añadidura.