jueves, 26 de abril de 2018

VIOLENCIA ERES TÚ


No me siento capacitado para juzgar si nueve años de prisión son suficientes o no para castigar el estropicio causado en el cuerpo y en el alma de una muchacha por los integrantes de la ‘Manada’ en los sanfermines de 2016. Y los cincuenta mil euros de multa, ¿son mucho o son poco? Renuncié en su día a prepararme para una oposición a la judicatura precisamente en razón a la angustia que me provocaba la perspectiva de juzgar a mis semejantes desde lo alto de un estrado.
Pero no me parece de recibo que los togados dictaminen que no hubo violencia en los hechos de Pamplona, y en consecuencia la figura delictiva que corresponde no es la de violación, sino la de abuso sexual continuado.
Deberíamos ponernos de acuerdo por lo menos en las definiciones. En la caracterización objetiva de las conductas. Vemos precisamente en estos momentos cómo el Tribunal Supremo español califica de rebelión la puesta de urnas en Cataluña el pasado 1-O con el argumento de que "sí" hubo en este caso violencia encaminada a torcer la voluntad del Estado de derecho.
Violencia verbal, precisa el alto tribunal. Viene a ser que las fuerzas del orden que cumplían ejemplarmente su cometido recibieron una rociada intolerable de insultos.
Desde estos parámetros, suerte tuvo la muchacha que interactuó con la ‘Manada’ en un portal de Pamplona por no haber caído en el desahogo punible de insultar a los probos ciudadanos que la estaban ayudando a realizarse. Habría sido ella la condenada.
Este tipo de lectura peculiar de lo que está bien y lo que está mal según la interpretación ponderada de los exegetas, se está extendiendo también a otros campos vecinos. Ya no a la calificación de la violencia, sino de la honradez. Ángel Garrido, presidente en funciones de la Comunidad de Madrid desde ayer mismo, se ha declarado “en deuda” con su predecesora Cristina Cifuentes, y para explicar la circunstancia ha entrado en valoraciones, con el viril estrépito de un elefante en el interior de una cacharrería: «No ha incumplido ninguno de los puntos del código ético del partido». De modo que, afirma, no ve razón para que la ex lideresa dimita como diputada. Porque, ¡atención!, «las instituciones y el partido están por encima de las personas.»
Cabe preguntarse qué instituciones, qué partido, que código ético son esos, y en qué sentido están "por encima de las personas". O, desmenuzando el tema por partes, precisar primero qué es ética, luego qué es un código. Recuerdo que el narrador de una novela de Giovanni Guareschi argumentaba no haber hecho nada reprobable porque en ninguno de los diez mandamientos, y mira que son diez, consta ni por lo más mínimo que sea pecado asaltar un tren a punta de pistola. ¿Usted lo ha leído en la Biblia? Yo tampoco.
Son las ventajas del casuismo, la misma conducta está bien o mal en función de una serie de imponderables relacionados casi siempre con la posición que ocupa cada persona en el entramado social. Las mujeres, los inmigrantes, los pobres, los sindicalistas y otros colectivos de riesgo infringen las normas jurisprudenciales emanadas de la administración de justicia con mucha mayor facilidad que otros colectivos mejor resguardados desde el statu quo.
Podemos decirlo más alto pero no más claro; bien en canto llano, o bien en verso libre, parafraseando un conocido poema de don Gustavo Adolfo Bécquer: «¿Qué es violencia? ¿Y tú me lo preguntas? ¡Violencia eres tú!»