sábado, 7 de abril de 2018

LA IMAGINACIÓN DEL PODER


Todo el secreto consiste en que, cuando la realidad fetén, la “tozuda” realidad como la llamaba Marx, no acaba de gustarle, el poder (¿sería más adecuado ponerlo en mayúscula: el Poder?) levanta para su uso particular otra realidad paralela. Con paciencia y pulso, pieza a pieza, como los castillos de naipes. “Imaginación al poder”, escribían los estudiantes en los muros del 68. Pero esto es muy distinto: es la imaginación utilizada desde el poder para dar a la realidad el sesgo que le conviene.
Tenemos tres ejemplos a la vista. Dos en España y uno en Brasil. Dos en sede judicial y uno en sede administrativa. El juicio a Lula, el proceso al procés y la manipulación apresurada de un máster para Cifuentes.
Los jueces brasileños inventaron el delito y las pruebas de la corrupción de Lula, fabricaron un juicio ex profeso y ahora lo van a meter en la cárcel. Lula estaba en condiciones de ganar holgadamente unas elecciones generales que forzosamente tenían que convocarse con los requisitos democráticos prescritos y las garantías al uso; de modo que era urgente sacarlo del carril. Por lo civil o por lo criminal, expresado en la jerga de los comentaristas deportivos. Ha sido por lo criminal. Seguía el ex candidato condenado recorriendo con su caravana de seguidores los pueblos y dando mítines, y en un lugar fue recibido a tiros. Eso da mala prensa al poder, no puede repetirse y la solución es que Lula entre de una vez en la cárcel real como reo de un delito imaginario.
También el juez Llarena, “juez campeador” como lo define certeramente José Luis López Bulla, ha hecho uso de la imaginación. Como Don Quijote, se ha tomado en serio el retablillo montado para entretenimiento del personal por el Maese Pedro de turno, lo ha calificado de “rebelión” perseguible mediante euroorden, y ha arremetido espada flamígera en mano contra los títeres. Hay una intención también detrás de sus maniobras, un objeto oscuro del deseo: borrar del mapa el movimiento independentista. El caso es que el independentismo sí existe en la realidad banal; que tiene un apoyo cuantificado, que cuenta con órganos y portavoces, que actúa desde un poder (este necesariamente con minúscula) capaz como cualquier otro de inventarse un relato adecuado a sus fines. El choque de trenes de las dos imaginaciones contrapuestas está dejando la realidad banal hecha unos zorros. Como ocurre en Kenya, ha aparecido en Cataluña un Rift Valley de cientos de kilómetros de longitud, y cualquier nuevo movimiento telúrico agranda y ahonda la brecha. Eso al poder (a los poderes contrapuestos) no le importa. Desde ambas trincheras se especula con que la brecha desaparecerá mediante la aplicación de unos documentos bien conformados, signados y sellados, que especifiquen por un lado que lo que hay es una rebelión violenta; del otro, que se trata de un ejercicio inocuo de libertad de expresión.
La tragedia se reproduce en clave de farsa en el caso del máster realizado por Cifuentes con todos los requisitos legales pero fuera de plazo, sin comparecencia presencial y con las firmas de los directores y vocales falsificadas. Todo a mayor gloria de una lideresa deseosa de saltar de una delegación del gobierno al gobierno directo de una autonomía.
Veremos cómo acaba la historia. La primera reacción del PP, congregado en Sevilla para unos ejercicios espirituales, ha sido cerrar filas. Cospedal ha sido muy explícita: no va a dejar que la realidad le arruine un buen relato. Eme Punto también se ha manifestado, pero distraído, como pensando en otra cosa. Lo suyo, dada su condición de  gallego, es templar gaitas. Veremos por cuánto tiempo, dado que el liderazgo de Cifuentes es tan solo una variable dependiente de otros liderazgos colocados al presente al albur de un voto popular bastante errático y no poco escamado.
Cifuentes, como Llarena, como Puigdemont y como Michael Temer, el atribulado presidente de Brasil, recita mientras tanto el mantra que puso en circulación hace ya algunos años Terenci Moix: «No digas que fue un sueño.»