Sophia y yo, en pantalla. Ella está
clavada; yo, en cambio, no me parezco gran cosa personalmente de persona.
No sabría decir si fue un
gran actor, o bien si su naturalidad y desenvoltura eran tantas que dábamos por
bueno, y por fácil, todo lo que hacía en la pantalla. Yo no lo recuerdo tanto
en À bout de souffle, o en Pierrot le Fou (siempre me ha costado
llegar a un entendimiento pacífico con Godard y con su visión del mundo), como
en La Ciociara, dando la réplica a
una inconmensurable Sophia Loren (también he sido siempre más de heroínas que
de héroes, qué se le va a hacer). Jean-Paul Belmondo, que falleció ayer para
nuestro desconsuelo, interpretaba a Michele, un intelectual comunista atrapado
en la misma tierra de nadie que la viuda campesina y su hija aún no
adolescente, a las que acompañaba en una desbandada sin esperanza. El director
era De Sica, el argumento procedía de una novela de Moravia. Grandes nombres.
Leo ahora que llamaban a
Belmondo con el sobrenombre afectuoso de “Bebel”, pero el que recuerdo yo es “Popaul”.
Me identifiqué totalmente con Popaul en aquella película de De Sica; me
identifiqué, por expresarlo de alguna manera, para siempre, de modo que durante
años he visto su rostro en la pantalla imaginaria en la que intentaba mirarme a
mí mismo.
Un caso raro de
transferencia.