lunes, 27 de septiembre de 2021

RECUERDOS DE JAVIER ARISTU

 


Aristu en los años ochenta, su etapa de dirigente político, en un acto de Izquierda Unida en Sevilla, junto a Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius.

 

Durante la primavera de 2020, en los meses críticos del confinamiento por la pandemia, Javier Aristu fue publicando en el blog En Campo Abierto (ECA) una serie de reflexiones numeradas, de carácter tanto político como personal, a modo de recuento y balance íntimo. Un poco al azar, he seleccionado tres de esos artículos muy cortos, muy sentidos, desnudos de retórica, en los que deja asomar recovecos de su alma en forma de memoria crítica. Creo que el mejor homenaje a su persona es dejar que hable él de sí mismo y de su circunstancia; y por fortuna, no nos falta material disponible de una gran calidad, en esa tarea.

PRL

 

Confinamiento/20. Aquel PCE

Publicado en ECA, 9 abril 2020

 

Un día como hoy, hace más de cuarenta años, se legalizaba al PCE. Era un viernes santo, día del máximo dolor para los cristianos, cuando Suárez anunció el hecho que decidía definitivamente las cartas para la partida que se cerraría, momentáneamente, el 15 de junio, dos meses después. Hoy se coincide en el día cronológico y casi en el día santo. Es jueves santo y aquello se celebró el sábado santo, que algunos llamaron después «sábado santo rojo». Un calendario religioso para un partido hijo del diablo. Una persona querida me dice que hable de esto, del PCE. Para mí es ya hablar de pura antropología, pero necesaria en estos tiempos. Vayamos a ello.

Ni la melancolía ni la nostalgia pueden enturbiar una visión crítica de aquellos años. Hubo de todo, traiciones, errores, cambios de camisa, cambios de piel…pero tras aquel año y medio tempestuoso y que ya es Historia con mayúscula hay un relato ejemplar, el relato de unos protagonistas que fueron capaces de trasponer su interés particular por uno general. Los primeros de todos, los trabajadores que se movilizaron más que nadie en aquellos cortos y frenéticos años por la defensa de sus condiciones de trabajo y, especialmente y también, por la democracia. Hay que decirlo alto y claro: sin la movilización consciente, seria y responsable de unos pocos cientos de miles de trabajadores organizados –no fue la mayoría del pueblo español, como se dice en crónicas retóricas y flatulentas– habría habido Transición de la dictadura a un sistema democrático, sí, pero no sabemos a qué tipo de modelo democrático, o con qué hipotecas y cargas. ¡Y mira que la Transición real llevó las suyas! Sin la lucha de los trabajadores de Comisiones, especialmente, y sin el papel activo y responsable del PCE la Transición que vivimos no hubiera sido. ¡Hay que decirlo alto y claro!

Lo mismo se puede decir de su papel en los Pactos de La Moncloa. Fuerza política ya no decisiva, más bien modesta tras su 9 por ciento en las elecciones de junio de 1977, el PCE comprendió en aquel otoño decisivo que o se acordaba un plan de reestructuración económica o aquella democracia de dos meses corría peligro de bancarrota. No fue una jugada ladina y oscura del PCE para adquirir un protagonismo que no le habían dado las urnas; fue eso que a veces se usa de forma desmedida: tener sentido de Estado.

Hoy ya no existe el PCE, al menos aquel PCE. Queda un residuo simbólico con más ganga que mena. El PCE de 1977, el de 1956 y el de los años 60 y 70 se fue como un suspiro por el desembarcadero de la historia. Pero antes hizo su trabajo, el más duro y sufrido sin duda, de colaborar para traer la democracia para todos los españoles. Dio todo lo que tenía y desapareció de la vida diaria de este país llevándose con él entre otras cosas un sentido y una concepción de la actividad política que hoy se echa de menos.

La izquierda actual, la que está gobernando de forma razonable esta crisis, parece que ha entendido la gravedad de la situación y la urgencia de dar una respuesta ambiciosa, con sentido de Estado. No parece que así lo esté entendiendo el principal partido de la oposición. Sin embargo, no tiraría con artillería pesada contra esta derecha desubicada sino que trataría de transmitir ese discurso pedagógico de que hoy la sociedad española y europea está posiblemente ante un momento que denominamos de Historia con mayúscula y, por tanto, hacen falta respuestas y actitudes con mayúscula. Como se actuó en aquel inolvidable 1977.

 

 

Confinamiento/26. Patriotas de cartón

Publicado en ECA, 26 abril 2020

 

Pocas veces, por no decir ninguna, hablo de nación, patria o pueblo como identidades a las que me sienta unido. Quizás porque mi vida ha ido trascurriendo por diversos lugares y mis arraigos siempre han sido los de la familia, la amistad y el trabajo. Ni siquiera la sangre me ha llevado a confundir la verdad y la mentira. Soy en el buen sentido de la palabra, como diría Machado, apátrida de las banderas.

Por eso me repugna la actitud de cierta derecha española que basa toda su estrategia política sobre esta crisis en una hueca simbología de la corbata negra, la bandera y la necrológica. Escuché ayer parte del debate parlamentario y algo de bochorno sentí cuando vi cómo la representación de la España conservadora trata la pandemia y trata al gobierno que intenta superar la crisis de su país. Ante la incapacidad o inexistencia de sostener un programa alternativo, con propuestas concretas, con proyectos de soluciones, con adendas o enmiendas al gubernamental, se recurre al insulto (mentiroso) y a la descalificación (capitán Sánchez). Es una escenificación, seguro, ante las cámaras de televisión que proyectan una determinada imagen ante la clientela social que observa esos gestos en las pantallas. Pero, desgraciadamente, es la imagen de una formación política que vuelve a manifestar su sentido patrimonial del poder, su creencia de que cuando la izquierda está al frente de las tareas del Estado es como un intruso al que hay que echar por las buenas o por las malas. Es, en definitiva, una mala digestión de los principios de la democracia. La derecha que lidera hoy Pablo Casado es la continuidad de una vieja estirpe condenada a la extinción y que no termina de asumir que el tiempo en el que todavía sobrevive es ya diferente al de sus padres y abuelos.

No son actitudes propias solo de los españoles. Lo vemos en otros países y alcanza un límite insuperable en los Estados Unidos de Trump. Viejas banderas confederadas del Sur son las que enarbolan los escasos grupos de manifestantes que piden que se abran los negocios aunque eso suponga la muerte por la pandemia de muchos miles más de compatriotas. Son esas derechas evangélicas que siguen y replican los tuits de su Presidente acusando a China de ser la inventora de ese virus con el fin de atacar a los Estados Unidos. Son esos difusores de los engaños de curanderos y que descalifican el valor de la ciencia como guía en estas situaciones de pandemia.

Frente a ese patriotismo del odio habrá que sacar a la luz el auténtico patriotismo de la solidaridad. Frente a la sociedad del aislamiento y el rechazo al extranjero habrá que potenciar la sociedad de las ayudas y apoyos mutuos, del sanitario que aumenta su jornada de trabajo por salvar vidas, del empresario que sigue abonando el salario a su trabajador y los descuenta de su cuota de beneficio mensual, del trabajador que arriesga su salud por mantener funcionando una empresa vital para el resto de ciudadanos, de tantos y tantas anónimas personas que cada día construyen eso que algunos llaman patria y yo prefiero llamar sociedad de iguales.

 

 

Confinamiento/30. Julio Anguita

Publicado en ECA, 17 mayo 2020

 

La emotividad y el sentimiento surgen espontáneamente cuando una persona cercana se marcha de este mundo. La partida de Julio Anguita desencadenará, sin duda, oleadas de emoción entre aquellos que formaron parte de su proyecto, de una manera u otra, e incluso entre personas de buena fe que nunca le votaron. La naturaleza humana es así: te añoran cuando te vas y te desconocen mientras vives. No es, sin duda, este el caso de Anguita, persona que siempre ha dejado estela entre los que le conocieron.

Dejé de tener relación con él allá por principios de los años noventa del pasado siglo. Nuestros caminos, vitales y políticos, se separaron a partir de la III Asamblea de Izquierda Unida, cuando él asumió el liderazgo de aquella nueva formación que pretendía ser unitaria, y lo hizo desde un PCE cada vez más reducido a un grupo de jóvenes airados. A partir de 1988, cuando es elegido máximo dirigente del PCE, se inicia el periodo Anguita de la izquierda alternativa española, un periodo que será examinado en el futuro desde la mirada del historiador pero que ya podemos decir que marca una ruptura paradigmática con el partido creado en la clandestinidad de los centros de trabajo y las universidades durante el periodo de los años sesenta y setenta, en pleno franquismo. Entre el partido formado en torno al proyecto de pacto por la libertad, comisiones obreras y alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura, y el otro nucleado en torno a las dos orillas o la identidad de la izquierda, hay un abismo. Son dos modelos políticos y dos proyectos nacionales muy diferentes. Y en medio de ambos está la profunda sima que se abrió entre dos maneras de entender la situación y la aspiración de una izquierda europea en medio de una crisis de ideas, de proyecto y de militancia. Unos entendimos la caída del muro de 1989 como la constatación del derrumbe del proyecto emancipador de 1917 (ya nos lo había advertido Berlinguer en 1981) y otros nunca dejaron de pensar en un hilo rojo que, de forma continua, seguía alimentando de igual manera las ilusiones de cambio. Anguita, incansable y persona de fidelidades, siguió apostando por dar oxígeno a la utopía comunista, aunque ello supusiera romper con quien hubiera que romper y seguir convirtiendo al proyecto socialdemócrata en adversario, no en compañero de viaje.

Los momentos más intensos de mi conexión con Anguita se sitúan entre 1984 y 1987. En ese corto periodo pude observar muy de cerca cómo era el personaje público –creo que nunca llegué a conocer exactamente a la persona– y cómo proyectaba su figura. Fueron los años de gestación y formación de aquello que vino en llamarse Convocatoria por Andalucía y luego Izquierda Unida de Andalucía, experiencia en la que algo tuvimos que ver. Trabajamos juntos en aquel proyecto que significaba un intento de renovar la izquierda andaluza de la Transición hacia otro modelo de actividad política. Convocatoria no fue el gran elixir que algunos pensaron ni la revolución ideológica de la izquierda andaluza. Fue un adecuado camino de salida de la crisis que la victoria aplastante del PSOE en 1982 había provocado en el área del PCE. Luego derivó en lo que derivó, aunque no es momento ahora de analizarlo. Que algunos dirigentes de este nuevo proyecto de izquierda, que deambula entre Podemos, la vieja IU y las nuevas redes, trate de recuperar aquella Convocatoria como un modelo de acción política en esta segunda década del siglo XXI, indica el nivel de reflexión de esta izquierda algo esquizofrénica entre el gobierno y la lucha.

Con Anguita desaparece el aliento inspirador de esta izquierda alternativa que se aglutinó en torno a Podemos a partir de 2014. No es extraño, dado que el remanente equipo de dirección de esa formación, reunido alrededor de Pablo Iglesias, procede de aquellos jóvenes del PCE que comenzaron a llegar a ese partido en la década de los años 90 y a los que Anguita dio cobijo y alimento. No nos deben causar sorpresa, por tanto, las muestras de condolencia y dolor de estas personas tan ligadas al proyecto político de Julio Anguita. Con la muerte de Julio se va seguramente el último mohicano de un proyecto que seguramente no tenía futuro. Pero como siempre ha sido en nuestras lindes, la partida del último de la tribu provoca en los que quedamos de otras tribus una sensación de tristeza y duelo que nos hace solidarios, a pesar de ser diferentes.