Imagen oficial de Gudea, legislador de Lagash (Mesopotamia), hacia 2130 aC. Museo
del Louvre.
No soy un fan de los discursos de la Corona, no
los veo ni siquiera como obligación autoimpuesta para poder luego criticarlos.
Pero me interesa la opinión al respecto de los
expertos. No es difícil hacerse una idea de lo que fue la sesión del otro día
en el entorno protector de la Zarzuela, si uno planea por los artículos
editoriales que le ha dedicado la prensa generalista. Muy rígido y desganado
tuvo que estar Felipe para que los escribas sentados exhiban tanta rigidez y
convencionalidad en sus reseñas.
Patricia Centeno, experta en comunicación no
verbal, ha dado un paso más allá en su blog, según leo en el Huffington Post.
Esto es lo que dice, para empezar:
«“No
canta, ni baila y ya no es guapo. ¡Pero no se lo pierdan! Dediquen 13 minutos y
20 segundos de su vida a escuchar a un hombre sentado que no va a decir NADA
(por lo menos, interesante).»
Trece minutos y veinte segundos son, sin
embargo, demasiado tiempo en estos días de ajetreo para dedicarlos a la
comprobación rigurosa de la NADA. El resumen telegráfico de la experta sobre la
ordalía es ya suficiente: «Por qué somos
tan carcas?»
La monarquía constitucional no es en sí misma
buena ni mala. Resulta un tanto desfasada en un mundo en el que la función de representación
recorre otros parámetros y tiene fundamentos muy diferentes; pero hay lugares
donde, mal que bien, la institución funciona.
Entre nosotros, no. Por el contrario, se ha
convertido en un problema añadido. No solo tenemos una democracia de baja
calidad, sino una monarquía en la que el desiderátum viene a ser una persona
sentada, de aire ausente, declamando una felicitación navideña desangelada.
Porque la alternativa campechana es mucho peor.