domingo, 19 de diciembre de 2021

EL ALEGRE TARAMBANA

 


Al Pacino y Andy García ejemplifican el traspaso de poderes en el interior de una saga familiar de tonos sombríos (fotograma de “El Padrino III”, de Francis Ford Coppola).

 

Leo en El País que Pablo Casado «enfada a todos los sectores del PP con una estrategia que bascula entre moderación y  radicalidad». La firmante, Elsa García de Blas, se pasa de eufemismos; ni hay “estrategia” que “bascula”, ni la “moderación” y la “radicalidad” tienen nada que ver en el invento. Más adecuado sería decir que Casado patina, o que vacila en el sentido cheli de la voz “vacile”. Afirmar, por ejemplo, que en los colegios catalanes no se permite ir al baño a los niños que lo piden en castellano, no obedece a ninguna estrategia moderada ni radical, es una gansada zafia que empreña a todo dios y le quita otro puñado de intención de voto al PP.

Hoy Peridis dibuja a un minúsculo Pablito apretado entre el anca poderosa de Ayuso y el tripón eminente de Abascal, que practican ─dicen─ un achique de espacios coordinado. Todo el mundo se ha dado ya más o menos cuenta de que el alegre tarambana es un inútil casi perfecto que mariposea detrás de los problemas, estropea los eslóganes que le ofrecen sus escribas sentados, corre a ponerse en primera fila en las fotos de las que debería abstenerse, y rehúye cualquier gesto susceptible de conseguirle alguna credibilidad. Incluso el Consejo del Poder Judicial, según noticias recientes de la prensa, está perplejo ante su manera de enfocar los asuntos.

He aquí una cuestión de la que no se puede echar toda la culpa a Mariano Rajoy. Mariano dejaba hacer a su alrededor. “Sé fuerte”, decía a sus íntimos mientras les dejaba despeñarse. Quien movía la caja “B” de cambios del automóvil conservador era Soraya, y en consecuencia toda la Curia de los Maitines se conjuró para que la sucesión en el trono genovés recayera en cualquiera menos en Soraya. Cospedal y Margallo se postularon a sí mismos, pero estaban muy maniatados por un riguroso marcaje a pares en todo el campo. Se buscó entonces a alguien nuevo, fresco, inocente, incontaminado por el tufo rancio de Génova (una sede condenada fatalmente a un desahucio en diferido). Y se encontró a ese alguien en Palencia, muy crudo aún, pero presentable después de un apresurado baño de carrera universitaria “ful” más diversos másteres no presenciales firmados a toda prisa por tutores benévolos, a fin de darle una pátina de cultura de la que carecía casi por completo.

Lecciones de economía y de política práctica no recibió el muchacho. Sean ustedes comprensivos, ¿quién iba a dárselas en aquel patio de Monipodio, ahora que tanto Rodrigo Rato “el Mago” como Luis Bárcenas “el Padrino” estaban en la trena?

La operación podía, tal vez y con mucha suerte, haber salido bien, pero la Ley de Murphy señalaba, en cambio, que saldría mal seguro. Ahora el PP tiene lo que anduvo buscando: alguien lo menos parecido posible al dinosaurio inmóvil que fue, durante los peores años de gobierno democrático de España, Mariano Rajoy. Feijoo, que ha recomendado recientemente más prudencia al muchacho, y la intrépida Ayuso, que le exige más marcha, serían los recambios naturales del tarambana, en el caso de que el PP deseara tener una estrategia, basculante o no. Pero los dos están encariñados con su respectiva baronía. Dónde iban a estar mejor que en Compostela uno, y en Sol-Vodafone la otra.