Al Pacino y Andy García ejemplifican el traspaso de poderes
en el interior de una saga familiar de tonos sombríos (fotograma de “El Padrino
III”, de Francis Ford Coppola).
Leo en El País que Pablo Casado «enfada a todos
los sectores del PP con una estrategia que bascula entre moderación y radicalidad». La firmante, Elsa García de
Blas, se pasa de eufemismos; ni hay “estrategia” que “bascula”, ni la “moderación”
y la “radicalidad” tienen nada que ver en el invento. Más adecuado sería decir
que Casado patina, o que vacila en el sentido cheli de la voz “vacile”. Afirmar,
por ejemplo, que en los colegios catalanes no se permite ir al baño a los niños
que lo piden en castellano, no obedece a ninguna estrategia moderada ni
radical, es una gansada zafia que empreña a todo dios y le quita otro puñado de
intención de voto al PP.
Hoy Peridis dibuja a un minúsculo Pablito
apretado entre el anca poderosa de Ayuso y el tripón eminente de Abascal, que
practican ─dicen─ un achique de espacios coordinado. Todo el mundo se ha dado
ya más o menos cuenta de que el alegre tarambana es un inútil casi perfecto que
mariposea detrás de los problemas, estropea los eslóganes que le ofrecen sus
escribas sentados, corre a ponerse en primera fila en las fotos de las que
debería abstenerse, y rehúye cualquier gesto susceptible de conseguirle alguna
credibilidad. Incluso el Consejo del Poder Judicial, según noticias recientes
de la prensa, está perplejo ante su manera de enfocar los asuntos.
He aquí una cuestión de la que no se puede
echar toda la culpa a Mariano Rajoy. Mariano dejaba hacer a su alrededor. “Sé
fuerte”, decía a sus íntimos mientras les dejaba despeñarse. Quien movía la
caja “B” de cambios del automóvil conservador era Soraya, y en consecuencia toda
la Curia de los Maitines se conjuró para que la sucesión en el trono genovés
recayera en cualquiera menos en Soraya. Cospedal y Margallo se postularon a sí
mismos, pero estaban muy maniatados por un riguroso marcaje a pares en todo el
campo. Se buscó entonces a alguien nuevo, fresco, inocente, incontaminado por
el tufo rancio de Génova (una sede condenada fatalmente a un desahucio en
diferido). Y se encontró a ese alguien en Palencia, muy crudo aún, pero
presentable después de un apresurado baño de carrera universitaria “ful” más
diversos másteres no presenciales firmados a toda prisa por tutores benévolos, a
fin de darle una pátina de cultura de la que carecía casi por completo.
Lecciones de economía y de política práctica no
recibió el muchacho. Sean ustedes comprensivos, ¿quién iba a dárselas en aquel
patio de Monipodio, ahora que tanto Rodrigo Rato “el Mago” como Luis Bárcenas “el
Padrino” estaban en la trena?
La operación podía, tal vez y con mucha suerte,
haber salido bien, pero la Ley de Murphy señalaba, en cambio, que saldría mal
seguro. Ahora el PP tiene lo que anduvo buscando: alguien lo menos parecido
posible al dinosaurio inmóvil que fue, durante los peores años de gobierno
democrático de España, Mariano Rajoy. Feijoo, que ha recomendado recientemente
más prudencia al muchacho, y la intrépida Ayuso, que le exige más marcha,
serían los recambios naturales del tarambana, en el caso de que el PP deseara
tener una estrategia, basculante o no. Pero los dos están encariñados con su
respectiva baronía. Dónde iban a estar mejor que en Compostela uno, y en
Sol-Vodafone la otra.