Imagen actual de una carretera griega, en el nomo de Pella.
Ha dicho Yolanda Díaz que no se conforma con el
espacio a la izquierda del PSOE, que esa esquinita no le basta.
No seré yo quien la critique, la ambición
legítima es una virtud. Todo lo que pueda abarcar con su empuje será suyo por
derecho de conquista. Voy a poner, sin embargo, un par de objeciones, más que
nada por la vocación de fastidioso Pepito Grillo propia de este blog.
Primera objeción: ¿lo que hay a la izquierda
del PSOE es nada más una esquinita del tablero político? A veces tenemos una concepción
excesivamente topográfica y, para decirlo de alguna manera, “terrateniente” de
la política. Al PSOE le han alarmado las pretensiones de Díaz: ¡se propone
invadir “su” territorio! Pero también la socialdemocracia desea llevar sus
lindes más allá, “tocando” los sectores más accesibles situados, tanto en la
esquinita de la izquierda, como en el amplio campo abierto del centro-derecha.
Por su parte Inés Arrimadas, que ve reducirse su
“espacio vital” electoral, medita asociarse al PP en las próximas elecciones
andaluzas. El despliegue más inverosímil, con todo, es la insinuación de
Macarena Olona, que sostiene que Julio Anguita redivivo se sentiría orgulloso
de Vox. Algo debe de intentar pescar la señora en la esquinita de la izquierda,
para soltar una barbaridad tan descomunal. Y escuchen, no me parece que lo suyo
sea pura majadería, esa puntada no ha sido dada sin hilo.
Volvamos a la esquinita. Un axioma del juego
del ajedrez es que ninguna de sus 64 casillas es más que otra: en todas ellas
se puede dar o recibir jaque mate. La verdad profunda del juego-ciencia es que el jugador debe estar pendiente de todas y
cada una de ellas, porque solo tendrá éxito si las controla todas a su
satisfacción con las piezas de que dispone. Todas las transversalidades están
permitidas, dentro de las reglas estrictas del movimiento de cada pieza; todo
el tablero está disponible para el dominio de uno u otro bando contendiente.
Ninguna esquinita es de despreciar, entonces.
Tampoco ninguna esquinita está registrada en el catastro como propiedad privada
de una opción política determinada. En el ajedrez, como en la política, solo
están determinadas las posiciones de salida de cada bando; después, lo que
ocurra en definitiva será mérito o demérito de cada parte.
Y llego a la segunda objeción: la formación de
mayorías y minorías, en el actual contexto de indefinición ciudadana y movilidad transversal del voto, tiende a caer en un vicio que disminuye la calidad
democrática del debate político. Porque cada partido (vamos a la etimología de
la palabra, hablamos de “partidos”, no de “enteros”) no dirige sus
esfuerzos al mayor bien para toda la ciudadanía, sino a convencer al mayor
número posible de personas de que “él” podrá hacer más por su clientela que
cualquier otra opción presente en el escenario parlamentario.
Lo cierto es que salimos muy mal de la
pandemia. Las cifras del paro han mejorado de forma espectacular; pero en todo
lo demás, se diría que no hemos aprendido nada, ni estamos dispuestos a tomar
alguna precaución respecto a posibles nuevos desastres, que no solo son
esperables, sino que están siendo ya anunciados por los expertos para fechas
próximas.
Seguimos pendientes de la inflación, de la
deuda externa y de las oscilaciones del PIB, a pesar de que sabemos por
experiencia cómo las gastan esos instrumentos en un contexto predominantemente
especulativo y de características globalizadas. Mientras, vuelven las muertes causadas
por la pobreza energética y la marginalidad.
Pero nos llena de ilusión la perspectiva de un sorpasso de Yolanda a Pedro. Lo que
hagamos en esta encrucijada habremos de hacerlo entre todos, esa es la realidad.
Esta no es una coalición coyuntural, pongan las luces largas. Gane cada cual
los votos que merezca, pero mejor será que no reparen en liderazgos, sino en las medidas
transformadoras necesarias, llevadas a cabo entre todos en una línea de
cooperación, de generosidad y de solidaridad.
El resto es vanidad.