Tumba que guarda los restos de Rodrigo Díaz y su esposa
Jimena, en la catedral de Burgos.
Es una idea de Mohamed Mbougar Sarr, el ganador
del último Prix Goncourt con “La plus
secrète mémoire des hommes”. Esto es lo que dice (pp. 204-05, traducción
mía): «Creemos, con la fuerza de la
evidencia, que el pasado regresa a habitar el presente con sus pesadillas.
Deberíamos considerar que la situación inversa es por lo menos igual de cierta,
si no más, y que somos nosotros quienes importunamos sin dar punto de reposo a
quienes nos han precedido. Somos nosotros los verdaderos fantasmas de nuestra
historia, los fantasmas de nuestros fantasmas.»
La idea me parece justa, en líneas generales.
Sentimos con frecuencia que un pasado monolítico gravita pesadamente sobre
nosotros, pero no es eso lo que ocurre en realidad, sino exactamente lo
contrario: somos nosotros mismos quienes acudimos en busca del pasado y forzamos
la historia común en el sentido que interesa a nuestras expectativas de
presente. Periodistas y tertulianos se encaraman con desenfado a horcajadas de
los mitos intocables de la Nación, esta o aquella, una u otra, y nos sacuden
desde las alturas con lecciones sesgadas sobre todo lo que no nos es posible
hacer porque rompería sin remedio el cordón umbilical que nos vincula a los
orígenes de nuestro propio ser.
La Transición, la Constitución, la Monarquía, el
Sepulcro del Cid, no se abalanzan sobre nosotros desde las sombras; es, por el
contrario, nuestra generación la que se abalanza sobre ellos, los manipula, y sobrecarga
cada concepto con un sentido trascendental que en ningún caso tenía en el
momento en que floreció de forma efectiva sobre esta tierra.
Se diviniza el pasado. Proliferan y se
extienden sin medida las Tablas de la Ley. Pero no es culpa de ellas, nosotros
lo exigimos. La Historia ha dejado de ser una ciencia objetiva para convertirse
en un alegato: se está escribiendo una Historia de España diferente para cada
posición política. Y la Lengua materna misma aparece en algunas actitudes, no
como un instrumento de conocimiento y de comunicación, sino, al contrario, de rechazo
y de exclusión.
De modo que la acción política se ha convertido
en un campo minado. El tema genera sorpresa, al parecer, en las cancillerías
extranjeras. Nadie, fuera de la piel del toro, acaba de entender que cualquier
iniciativa gubernamental sea demonizada por los políticos de la oposición como
contraria a la fe y las costumbres, y como un atentado alevoso a este o aquel
tabú sagrado de una tribu que presumía de haberse liberado de todos los tabúes.
Si esto sigue así, España se convertirá en una procesión
de ánimas, una Santa Compaña vagando quejumbrosa por los senderos enmarañados
de un territorio vacío, entre maldiciones ahogadas, latigazos en los lomos y
arrastrar de pesadas cadenas.