Talment un angelet. Función de Semana Santa en el colegio
La Salle Bonanova de Barcelona. Año 1957.
Ahí me tienen, con doce tiernos añitos. Ya ha
corrido agua bajo los puentes. Se trató de una única representación, pero los
ensayos nos ocuparon casi dos meses. El autor de la pieza era nuestro profesor
de Lengua, de nombre (si no recuerdo mal) Josep Povill. La cosa trataba del espíritu de un Olivo
del huerto de Getsemaní, que explicaba lo sucedido en una noche de angustias.
Salía Jesús, en la persona de un alumno de quinto curso al que se colocó una
barba negra bastante creíble; se arrodillaba junto a una roca de cartón, en
mitad del escenario, y rogaba al Padre que no le abandonara. El Olivo daba las
explicaciones pertinentes, aquel hombre era un Justo que iba a sufrir tormento
y muerte en la Cruz. Pero su Padre no lo iba a abandonar, y para ello le había
enviado a un Ángel. Entonces hacía yo mi entrada por el lateral con un cáliz en
las manos, declaraba ser un Ángel y haber venido en nombre del Padre, y se lo tendía.
Yo debía sujetar el cáliz con solo dos dedos de cada mano, y tenerlo extendido
delante de mí alargando los brazos todo lo posible. Al entrar yo se encendía un
foco de luz blanca, que me deslumbraba por completo y hacía rebrillar el dorado
del cáliz. Jesús debía tomar este con sumo cuidado y hacer como que lo apuraba
(en realidad no había líquido, el asunto fue discutido largamente y se
consideró que los riesgos eran superiores a los beneficios de un realismo
excesivo: si algo de agua se derramaba, todos los escolares habrían soltado la
carcajada.)
En la foto aparezco yo después de que el cáliz
cambiara de manos. Debía componer ese gesto, prolijamente ensayado, y recitar
un par de frases de ánimo, que no recuerdo. Era un ángel sin alas, también en
evitación de posibles accidentes enojosos. Lo de no llevar alas posiblemente
fue premonitorio.
Después de hablar y de recuperar el cáliz, yo desaparecía
andando majestuosamente hacia atrás (fue lo más difícil de mi actuación).
Luego entraban las turbas, venían el beso de
Judas y el forcejeo de Pedro con el hombre de la oreja, y por fin todos se iban,
llevando a Jesús en medio. Entonces el Olivo concluía pidiendo a la
concurrencia muchas oraciones fervorosas y buen comportamiento en general. Y
bajaba el telón.
Hubo muchos aplausos. No estábamos solo los escolares, también nuestros padres.
Encontré la foto en medio de un montón que me pasó
mi padre al cabo de muchos años, metidas todas en un sobre con un rótulo sucinto: “Paco”.
Me dio vergüenza colocarla en un álbum. La otra tarde, Carmen me la escaneó.
Publicarla aquí viene a ser algo tan fuerte para mí como salir del armario para
otros.