lunes, 6 de diciembre de 2021

GOBIERNOS QUE FUNCIONAN DE ARRIBA ABAJO

 


Representación simbólica del Poder del Arriba sobre el Abajo: antesala del templo de Ramsés en Abu Simbel, Alto Egipto. El que se movía no salía en la foto.

 

«La dirección final del Gobierno la marca exclusivamente el presidente del Gobierno», ha dicho la ministra de Defensa, Margarita Robles, en declaraciones a La Razón que leo comentadas en el Huffington Post.

Sin duda Doña Margarita se siente cómoda en esa tesitura, porque sigue afirmando: «Todos los demás ministros, sin excepción, tenemos que comprometer todo nuestro esfuerzo en la tarea de ayudar a que España funcione cada día mejor, dejando de lado cualquier consideración de tipo personal.»

De esas palabras se deduce que el único que conoce la forma de que España funcione cada día mejor (oigan, ¿qué es España exactamente?), es el presidente del Gobierno, el cual, cosas de la democracia formal, casi en ninguna parte, y desde luego no en España, es elegido directamente por la ciudadanía. Eso no es bueno ni malo en sí, lo admito sin tapujos, pero ayuda a establecer cautelarmente ciertas limitaciones y cortafuegos saludables al poder cuasi omnímodo que Doña Margarita supone concentrado en la persona del Jefe.

Siempre ha ocurrido que los que mandan desconfían, no solo de la capacidad del pueblo para saber lo que le conviene (el pueblo no tiene puñetera idea, es el axioma inexpresado de ese sentimiento), sino incluso de la capacidad del “círculo de confianza” para interpretar de forma adecuada las directrices inspiradas del líder, y para cargar resignadamente con el mochuelo cuando, como suele suceder, las cosas no salen como se esperaba.

Esa desconfianza se ha expresado de distintas formas. Don Alfonso Guerra declaró en una ocasión histórica que “el que se mueva no sale en la foto”. Así ocurrió, desaparecieron de la foto unos cuantos. Don Alfonso en cambio sigue ahí, con una conducta ejemplar según sus propios parámetros: es de las pocas personas que han seguido rígidamente inmóviles mientras todo el mundo se movía a su alrededor.

En los partidos comunistas contábamos con el mecanismo del centralismo democrático, que ayudó enormemente al colectivo a sobrevivir en los tiempos oscuros del nazifascismo, pero en cambio acabó con la organización por la vía rápida tras el final del “comunismo de guerra” y el acceso a una democracia para la que la norma uniformizadora resultaba contraproducente.

Etcétera. Estamos hablando de un pecado original del Poder, y es posible rastrearlo en mil y un lugares, incluidos los restos arqueológicos de Abu Simbel.

Las declaraciones de Doña Margarita disparaban por elevación contra Yolanda Díaz, ministra como ella, y cabeza de una porción minoritaria del Gobierno que no está sujeta a ninguna norma interna de disciplina, sino a un pacto de coalición. Somos muchos los que nos sentimos más identificados con la contribución de Doña Yolanda a que España “funcione mejor”, que con la de Doña Margarita, sea esta la que fuere.

En general, y con esto concluyo, somos muchas las personas que preferimos que las iniciativas políticas circulen de abajo arriba, a partir de los impulsos surgidos de esa (p.) base que siempre tiene la desgracia de estar equivocada, según los criterios algo rígidos de nuestras Margaritas. En su formulación última, necesitada de mayor concreción y de un esqueleto robusto de normas adecuadas, nuestra posición política podría llamarse “federalismo”, y estar basada en el principio de subsidiariedad.