Malos tiempos para la lírica dispensada por los magos de Oz
de todo pelaje (fotograma promocional de la película de Victor Fleming, 1939)
El éxito de Donald Trump frente a Hillary
Clinton en las elecciones a Lo Más de lo Más marcó el inicio de una etapa de
auge de los vendedores de crecepelo milagroso (en adelante VCM) por todos los
rincones de la aldea global. Ustedes saben quiénes eran los citados, dieron
mucho juego en el Medio Oeste en la época en que Mark Twain hizo recorrer en
balsa el río Mississippi a Huckleberry Finn, un muchacho blanco sin familia ni
educación, acompañado de un esclavo negro fugitivo. Los VCM trabajaban la misma
área geográfica y seguían complicados itinerarios para estar presentes en las
ferias de los distintos condados y anunciar allí su producto, encaramados a una
tribuna improvisada. Las ventas eran por lo general cuantiosas, ya que iban respaldadas
por la promesa de devolver puntualmente el dinero a dos semanas vista si el
usuario no había conseguido para entonces una cabellera frondosa. El truco de
los itinerarios complicados, antes citado, consistía en el arte de no pasar
nunca dos veces por el mismo pueblo. Quien lo hacía, ya fuera por inadvertencia
o por exceso de confianza, solía terminar alquitranado y emplumado, obsequio de
la Cofradía Local de Calvos.
Volviendo al principio de esta entrada, llegó
un momento en que el menú del capitalismo neoliberal patrocinado por el
complejo militar-industrial se estaba haciendo monótono y un punto desabrido.
Durante cierto tiempo uno puede obtener cierta audiencia predicando que si la actividad
económica se enfoca tenazmente al objetivo de enriquecer más a los ricos, estos
acabarán por hartarse de nadar en millones y cederán graciosamente una porción
de sus rentas para beneficio del mindundi. Es una actualización de la clásica
historia evangélica de las migas sobrantes del banquete del Señor que alimentan
a los mendigos, los discapacitados y los leprosos.
El VCM vino a irrumpir en este esquema dudoso con
una fuerza prodigiosa, porque proporcionaba a la gente común una sencilla vía antisistema
que no caía en el temido comunismo. Los diversos crecepelos ofrecidos a la
concurrencia no estaban homologados por la Administración, qué va, ni sufrían
gravámenes fiscales abusivos, eso nunca. Se basaban en todos los casos en una vieja
receta del abuelo preparada con fluidos enteramente naturales, y sus efectos
prodigiosos se mantenían ocultos con la finalidad de burlar la paranoia
represiva de la aborrecida Agencia Estatal de Lociones Capilares. Usar
diariamente el crecepelo milagroso no solo garantizaba la posesión de una
cabellera leonina, sino que era un acto supremo de libertad individual y de
desafío a los chupópteros de siempre.
La caída de Trump por unos miles de votos en
Georgia, precisamente el estado que era la niña de sus ojos, anticipó el lento ocaso
de los vendedores de un neocapitalismo neomilagroso consistente mayormente en
la divisa “Don’t Worry, Be Happy” aplicada
a la macroeconomía. Hemos visto luego caer uno detrás de otro a especímenes
singulares de VCM, sobre todo en el continente americano. El último ha sido el chileno
José Antonio Kast Rist, batido en los comicios de ayer por el progresista
Gabriel Boric después de haber liderado las opciones en la primera vuelta.
La áspera coyuntura que vivimos aporta malos
presagios para nuestros esforzados VCM autóctonos, que abominan de las vacunas
del establishment al tiempo que agitan
sus frascos de crecepelo Made in Caudillo
asegurándonos su eficacia sin par. También nos dicen muy serios que, ejem, caso
de que el producto no aporte resultados sustanciales, se nos devolverá nuestro
dinero en su integridad, salvo las salvaguardas previstas en la letra pequeña
de la vigente Ley Mordaza.
Si no les creen de entrada, o están ya
escarmentados, vayan preparando el alquitrán y las plumas.