jueves, 18 de noviembre de 2021

COMPROMISOS TORTUOSOS DE ARAGONÈS

 


Monumento a Sancho Panza en Madrid.

 

En Cataluña, la CUP está vendiendo el pescado del voto presupuestario demasiado caro, de modo que el president Aragonès busca colaboración bona fide fuera del orden cerrado del 52% ficticio.

Siguiendo una táctica puesta ya en práctica antes con éxito relativo (solo convence a los que ya estaban convencidos), ha declarado aborrecer al grupo socialista hasta el extremo de estar dispuesto a morir antes que pecar; pero en cambio, aceptaría el voto de los Comuns, a los que adjudica sibilinamente la función del caballo troyano que se introduce con nocturnidad en el corazón de la fortaleza, de tapadillo. Es un recurso elegante para conseguir que los socialistas estén pero no estén en el experimento: de cara a la galería, mientras los ojos no lo ven, el corazón no lo siente. ¿Qué puede salir mal?

Lo digo en serio. Una de las muchas hipótesis que corren por ahí sobre Don Quijote, es que nunca estuvo loco sino que se hacía el loco. De ese modo podía darse el lujazo de desfacer entuertos sin que vinieran prestos a prenderlo los de las mangas verdes, y lo metieran en un calabozo (Cervantes había pasado bastante tiempo en un calabozo ─en Argel los llamaban “baños”─, y sabía que no era ninguna broma). Bueno, el acometer a un pacífico molino llamándole “gigante desaforado” es esa forma de hacerse el loco en la que es experto el joven Aragonès. Quizá sea esa la razón de que no quiera colocar una estatua de Don Quijote en la Barceloneta. Se le vería demasiado el llautó.

Tampoco nada puede salir mal en ese acercamiento oblicuo del governet a la oposición socialista, mientras va dando gritos de que nunca jamás porque es horrible. Lo mismo, salvando las distancias, hizo Don Quijote, aunque a él sí le salió mal el expediente, en definitiva. Se enredó con las aspas, una fatalidad improbable.

Cuando se hubo cansado de recibir palizas de todos lados a pesar de hacerse el loco a la perfección, declaró Don Quijote que ya no estaba el alcacel para zampoñas y se volvió a la aldea de cuyo nombre no quería acordarse, con Sancho, con el rocín y se supone que con el ama, el cura y el barbero.

Triste final, pero ejemplar. Háganle esa estatua a Don Quijote frente a la playa, carambas. Posdata, incluyan también a Sancho Panza y su rucio. No hay mejor retrato posible de la grey independentista, siempre escandalizada por las intemperancias del amo, pero decidida a seguir la peripecia para conseguir alguna ínsula perdida, de un modo u otro.