Steven Forti, profesor asociado de Historia Contemporánea en
la UAB, estudió en Bolonia y Barcelona, pero es asimismo un gran experto en la
política griega y la portuguesa, entre otras. En la imagen, en plaza Sintagma
de Atenas, delante de la sede del Parlamento.
Steven Forti, historiador, investigador,
viajero y persona de una curiosidad tan extensa como lo es su lucidez, ha
escrito un nuevo libro: «Extrema derecha
2.0» (Siglo XXI, 2021), un análisis de las características de los nuevos movimientos
de ultraderecha, en los que ha detectado afinidades, pero también diferencias marcadas,
con los fascismos que llamaríamos “clásicos”.
Hasta aquí todo iba bien. La cosa quedaba en un
plano teórico; encerrada en el “armario”, para utilizar una metáfora usual en
un contexto distinto. Pero a la pregunta de un entrevistador, en El Periódico, de si Junts per Catalunya podía
tener algún rasgo que lo aproximara a la categoría general de la
“ultraderecha”, Steven respondió que sí, que existen concomitancias.
Y las enumeró.
Steven hablaba en todo momento como científico
que es, a partir del establecimiento previo de unas premisas de método y del
examen riguroso de si tales premisas se dan de una forma reconocible en una
realidad determinada. No advirtió, o no dio importancia, al hecho de que estaba
abriendo la puerta del armario, y por el hueco asomaba un esqueleto.
Algo parecido, en una escala mucho menor, me
ocurrió a mí hará una docena de años, cuando todo el rebombori de la independencia de Cataluña estaba aún en mantillas.
Un pariente lejano, la persona más inesperada para mí, quiso saber mi opinión
sobre un movimiento en el que había entrado a militar recientemente él, que
jamás se había interesado antes por la política. Me lo explicó con pelos y
señales: algo muy popular, muy simple, con una exigencia de base ante cualquier
gobierno porque todos los gobiernos son chupópteros, sin conexión con los
partidos políticos porque todos los partidos son sacos de mierda, tanto los de
derecha como los de izquierda y los de centro; algo transversal, que expresara
la esencia última de un pueblo unido y determinado a todo. Qué me parecía. “Así
explicado, es fascismo” le contesté yo muy tranquilo, y solo al ver su reacción
me di cuenta de que no habíamos estado sosteniendo una conversación académica.
Le pedí excusas (“oye, que no lo decía por ti, hombre, si tú eres un pedazo de
pan”), que no valieron de mucho.
A Steven se le han tirado a degüello. No
únicamente trolls o bots automatizados, sino gente con nombre y apellidos:
periodistas, influencers del
independentismo, incluso catedráticos y académicos. A lo largo de una semana le
han disparado por las redes insultos, difamaciones, calumnias sobre su carrera
de historiador, acusaciones gratuitas de plagios inexistentes, amenazas físicas
y desplantes del tipo “vete a tu puto país”.
Somos muchos los que sentimos cariño y
admiración por Steven Forti, los que leemos aplicadamente todo lo que publica
(es un autor prolífico, tanto en español como en italiano) porque sabemos que
algo vamos a aprender en la experiencia. Steven es nuestro, pertenece a nuestra
comunidad. No voy a decir lo de que “todos somos Steven”, que no es más que un
cliché; pero quede claro que no lo vamos a dejar solo frente a los que, cuando
atacan, afirman estar defendiéndose, y se consideran tan elevados sobre el
común de la gente y tan indiscutiblemente demócratas, como para excluir de “su”
democracia a quienes no piensan como ellos, a quienes no hablan como ellos.
Este asunto entra de pleno en los comportamientos perfectamente inadmisibles
que han convertido a Cataluña (lo diré con dos versos de Dante dedicados a
Italia) en una nave sin gobierno en gran tempestad, no una señora dueña de
provincias sino una casa de putas («nave
senza nocchiere in gran tempesta, non donna di provincie ma bordello»).
Forza,
Steven. Que sepas tú, y lo sepan quienes te atacan, que nos
tienes a tu lado y somos la gran, la inmensa, la verdadera mayoría de este
pueblo, un pueblo orgulloso de sus dos lenguas y de su historia completa y
cabal, que no admite por tanto las ocultaciones ni las falsificaciones, como la
muy reciente impulsada desde el Parlament en torno al cincuentenario de la
Assemblea de Catalunya.