Diana cazadora, Escuela de Fontainebleau. El rostro se pliega a las convenciones de la época, y el cuerpo es más majestuoso que perfecto.
Se trata sin duda de una diosa de edad mediana, más aficionada al roce de las
sábanas de seda que a la caza del
ciervo. Pero nadie negará que es idealmente bella.
Necesitamos lo humano como medida comparativa
para apreciar toda la belleza comprendida en la naturaleza. Por ejemplo, nos
parece incompleta la fotografía de un paisaje, o de una arquitectura, si no
incluye figuras humanas que nos den la perspectiva de cómo veríamos aquello de
estar ahí en persona. O bien, si curioseamos por el mundo animal, tendemos a considerar
más bella una gacela que un cachalote porque la primera reúne más
características de lo que consideramos bello en una figura humana: ojos grandes
y expresivos, pelaje suave y de color matizado, patas finas, movimientos
gráciles. Un tiburón o una víbora pueden parecernos bellos, aunque temibles, por
su línea estilizada; mientras que un hipopótamo o un sapo, animales inocuos,
difícilmente nos resultarán atractivos, y por lo general nos repugnarán. El
efecto cómico del Sueño de una noche de
verano de Shakespeare reside en un sortilegio que enamora a la reina de las
hadas de un rústico que, también por enredo mágico, carga con una cabeza de
burro.
La belleza se encuentra en la naturaleza en
porciones, como algunos quesos industriales. Plasmar un ideal de belleza
requiere salirse del carril de lo cotidiano e imaginar a los dioses y las
diosas. Tenemos una gran experiencia en imaginar dioses, que se parecen a
nosotros de una parte, pero de la otra poseen una plenitud que nosotros nunca
alcanzaremos a tener.
Dos muestras para abonar lo que digo. Arriba,
la Diana de autor desconocido en Fontainebleau, no resulta conforme a los
criterios estéticos de ahora mismo, pero su porte majestuoso es innegable.
Diríamos que tiene más de ideal que de bella. Abajo, el Poseidón de Atenas no
anda tan sobrado de pectorales ni tiene la aparatosa tableta de chocolate
ventral de los culturistas de ahora, pero su presencia sobrecoge como no lo
haría la de ningún mortal.
Los mundos del ideal son otros, pero están en este.
Poseidón, o la quintaesencia de la belleza masculina
imperecedera. Foto en el Museo Arqueológico de Atenas.