Trazado de la carretera general a su paso por una
población siciliana, posible metáfora de la trayectoria enrevesada a la que se enfrenta el sindicalismo en los tiempos que corremos.
He acabado con una sensación mixta
de satisfacción y pérdida el libro de Joan Gimeno, “Lucha de clases en tiempos de cambio”, del que hablé hace unos
días a propósito de la tormenta perfecta vivida por la confederación de CCOO en
el “año de Orwell”, 1984. (1)
Satisfacción por lo
comprensivo y exhaustivo del texto de Gimeno; pérdida porque, en el trayecto entre cómo
éramos entonces (The Way We Were, ya
saben) y la situación actual del sindicato, se ha roto toda posible
línea de continuidad, bien en parábola ascendente o descendente, debido a un
cataclismo de características globales que ha marcado de forma nítida un antes
y un después, tanto para el movimiento obrero como para todo el contexto de la
historia humana. Así pues, aunque algunas personas seguimos siendo las mismas de
entonces (mucho más viejas, sin embargo), echamos en falta una referencia sólida sobre la
que establecer comparaciones adecuadas de una época a la otra.
En los años noventa, un
doble seísmo lo cambió todo: de un lado tuvo lugar un terremoto geopolítico, el
imperio soviético hizo implosión y ese hecho modificó todos los puntos
cardinales y los ejes valorativos que determinaban las conductas de pueblos de
todas las latitudes, convirtiendo un mundo bipolar, regido por las reglas rígidas
de la disuasión militar, en una “aldea global” en la que la economía financiera se
desprendió de todas sus anteriores ataduras.
Para que ello fuera
posible, se necesitó un segundo seísmo, de naturaleza tecnológica. ARPANet
existía ya como instrumento informático en los años setenta, pero en 1990 se
hizo operativo un conjunto de protocolos, la World Wide Web, que permitía la consulta remota de archivos de
hipertexto con una facilidad instantánea. Así nació Internet, la “red de redes”,
como instrumento de relación y de información potencialmente universal. Hacia
1995 se inició su difusión mediante la cobertura wi-fi por Europa y América del Norte; veinte años más tarde, en
2015, la utilización de la nueva tecnología digital se había multiplicado por
100, y era utilizada de forma asidua por la tercera parte de la población
mundial. Hoy mismo leo en la prensa (digital, por supuesto), literalmente, que
«un país sin internet pasa de una situación de incomodidad al caos en tres
días». Internet se ha hecho ya indispensable.
Y con internet, toda una
nueva forma de producir y de gestionar. La fábrica ha hecho implosión: fue una
etapa útil como ámbito cerrado de coordinación y de control de la producción;
ahora esos objetivos se consiguen con instrumentos mucho más precisos y
sutiles, y la palabra de orden es “externalización”. Una empresa se cotiza
tanto más, cuanto más exenta aparece de “pasivo”. Y en el pasivo se incluyen ahora
cosas que antes eran “activos” de una empresa, incluso su mayor orgullo: la
maquinaria, el local, la plantilla y el know-how
que aportaba.
La negociación colectiva
mediante convenios sectoriales alcanza a una porción mucho menor de los trabajadores.
Los conflictos son más difíciles de encauzar y de resolver. Los acuerdos generales
tienen menos valor expansivo. La organización sindical en base a federaciones
de ramo tropieza con la falta de un suelo sólido en el que afincarse, porque no
estamos ya en el sindicato de las categorías profesionales, sino en el de los
derechos individuales y colectivos, políticos y sociales.
Derechos que es preciso volver
a reclamar, para todas y todos, porque están siendo recortados, o desconocidos,
o conculcados, por una contraparte acuciada a su vez en muchos casos por la
imposición fáctica de un vasallaje hacia los grandes conglomerados de empresas,
las corporated que se mueven como
tiburones por todas las aguas de la producción, la distribución y los
servicios, dejando en todas partes las huellas de su voracidad. Cuando la
empresa situada en la cabecera de la cadena de valor externaliza una tarea
determinada, lo hace ajustando los precios, los plazos y los márgenes tanto
como puede, y más. Ese peso terrible es desplazado por la empresa
subcontratante a las condiciones de trabajo y de salario de su propia
plantilla.
Huérfanos de partidos-guía
que, desengáñense, se han ido para no volver, los sindicatos deben reencontrar
su lugar en este nuevo contexto extraño y sesgado. Cuando por fin dominábamos
las reglas de juego de una competición difícil e incierta, nos han cambiado no
solo los reglamentos, sino incluso el terreno de juego.
El futuro del sindicalismo
va a depender de su capacidad para salir de su propio círculo de confort y
adaptarse a una situación laboral aún más desigual y exigente, pero para la
cual dispone también de más y mejores instrumentos de actuación.
Miramos hacia ese lado con
esperanza. «No hay que tener miedo de lo nuevo», nos han aleccionado al alimón
Luciano Lama y José Luis López Bulla.
(1) Ver http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2021/10/el-ano-de-orwell-en-las-comisiones.html