Imagen de una corrida en
Alcalá del Júcar, año 2006: en los toros de cualquier manera, cuando deberían ser un
sacramento consumido religiosamente por los fieles, en particular los de abono
en barrera, contrabarrera o palco presidencial.
La posición ideológica de
nuestras derechas en relación con la llamada fiesta nacional está llena de
matices y sobreentendidos. Es un sí pero no, un lo veo y no lo veo. Gracias a
Manolo Escobar, un hombre recto de la izquierda de siempre, somos hoy capaces
de expresar con bastante aproximación el mandato cuasi divino de la España cañí
a su harén particular y privadísimo. Es este: «Mujer, quiero que te gusten los
toros y que tengas libertad de ir (pero no libertad de no ir) a ese espectáculo
artístico edificante; pero no me gusta que a los toros vayas con la minifalda.»
La razón se explicita en
el texto de la copla: «La gente mira p’arriba / porque quieren ver tu cara / y
quieren ver tus rodillas. / Me rebelo y me rebelo / y tengo que pelearme / y a
los toros no los veo.»
Y así, andan confusos
nuestros cardenales, nuestros líderes/lideresas del PP-Vox, y nuestros magistrados/magistradesas
del Cuasi Virtual Tribunal Constitucional. Les gusta el Pentateuco, y no tragan
al papa actual. Les encanta la libertad de expresión insultante propia, pero no
pueden soportar la ajena (ahora andan rasgándose las vestiduras porque se
deroga la Ley Mordaza). Practican la manga ancha con la corrupción de los
bienestantes, incluidas las testas coronadas, pero son implacables con las
manifestaciones de protesta de los humildes.
Y les encanta la fiesta de
los toros pero no quieren que su santa vaya a ese templo de la hispanidad más
recia con la minifalda sino, a ser posible, de largo, con la mantilla, los
tacones altos, el abanico firmado por Vargas Llosa y el clavel reventón en la
oreja.