jueves, 2 de marzo de 2017

DE LA DIMISIÓN COMO FORMA DE AUTOEXIGENCIA


Luis Enrique Martínez ha anunciado que dejará el banquillo del Barça el próximo verano. Casi al mismo tiempo, Marie Collins ha abandonado la comisión vaticana sobre la pederastia eclesial. Ningún parecido entre los dos casos, salvo en el sentido de que ambos se han referido, para argumentar su actitud, a la necesidad interna de seguir siendo fieles a aquello en lo que creen.
No voy a entrar en la cuestión del Barça, más allá de la constatación de que existe también aquí una curia a la que se ha encomendado la Doctrina de la Fe; en este caso, la fe en un concepto deportivo y un modelo de estructuración de las secciones del deporte base que buscaría la excelencia incluso más allá de la victoria. Lo que haya de cierto en este planteamiento bastante grandilocuente, y la brecha que haya podido abrirse entre la doctrina y las convicciones personales de los entrenadores concretos del primer equipo, lo dejo en manos de teólogos de la cosa tan solemnes siempre como habitualmente inanes, estilo Ramón Besa.
El caso de Marie Collins, que me cae personalmente más lejos, me parece ontológicamente más importante y, sobre todo, desgarrador. Católica, abusada sin escrúpulo precisamente porque lo era, con hincapié particular en sus creencias que le imponían obediencia y respeto a su abusador, ha emergido de un largo infierno personal y ha batallado, sostenida por la misma fe que la perjudicó, contra los abusos eclesiales. Hasta ayer formaba parte de una comisión vaticana contra la pederastia presidida por Sean O’Malley, franciscano y obispo de Boston.
Abandona la comisión, pero no su batalla personal. Señala el entorpecimiento malicioso y constante de sectores de la curia a sus trabajos, como el elemento determinante de su decisión. Y también algo más, tan sintomático como íntimamente doloroso: no ha conseguido concretar, desde 2014, una entrevista personal para tratar estas dificultades con el papa Gabaglio. Alguien, mediante un abanico amplio de procedimientos y de recursos, ha cegado los canales de comunicación que en principio se suponían abiertos.
La dimisión de Marie Collins y la puesta en entredicho de la persona misma del papa, son síntomas profundos del mal funcionamiento de una institución que para perdurar necesita presentarse ante el mundo como ejemplar. Quienes están poniendo trabas al funcionamiento de la comisión O’Malley lo hacen seguramente por motivos altruistas, y no por tapar sus propios vicios. Pero la propagación del mensaje del Evangelio pierde credibilidad en la medida en que se ocultan debajo de la alfombra ciertos problemas, adyacentes pero para nada secundarios. El obispo de Tenerife se ha rasgado las vestiduras delante de una chirigota de carnaval que incluía a un transexual disfrazado de Virgen Dolorosa. Es adecuado pedir respeto para los símbolos sagrados, pero no lo es omitir el respeto debido – más sagrado todavía – a las víctimas de aberraciones respecto de las cuales la propia iglesia en tanto que institución debe reconocer y asumir su responsabilidad. Donde el Evangelio habla de una rueda de molino atada al cuello del escandalizador para arrojarlo al mar, no caben paños calientes, medias tintas, componendas ni efugios.