jueves, 16 de marzo de 2017

LA NUEVA PIEL DEL CAPITALISMO


Así se titula el nuevo libro de Antón Costas y Xosé Carlos Arias (Galaxia Gutemberg). He leído hoy en elpais, en catalán, una entrevista de Lluís Pellicer a Costas con motivo de la aparición del libro, que tengo intención de comprar. Siempre es provechoso leer a Costas, no tanto porque sea catedrático de Política Económica, sino sobre todo porque es un conservador razonable. Necesitamos hoy más personas razonables (razonadores lo somos todos), y también seguramente más personas conservadoras. Tengo un vago recuerdo de que en una ocasión Pier Paolo Pasolini afirmó que el Partido Comunista Italiano era el más conservador del arco parlamentario de su país, en el sentido de que trataba de conservar bienes y derechos valiosos mientras otros “conservadores” de título no tenían escrúpulos en hacerlos desaparecer de tapadillo por el desagüe. No digo con esto que Costas tenga nada que ver con los comunistas, ni siquiera con los italianos; pero sí tiene que ver con la operación delicada de conservar aquello que vale la pena de ser conservado, y tirar por el escotillón la ganga que nos colocan  en el candelero con argumentos artificiosos.
Dice Costas que el capitalismo de hoy está afectado por dos “mutaciones patológicas”, que son la desigualdad social extrema y la hiperfinanciarización. A ambas se suman unos monopolios en crecimiento elefantiásico que se comportan como diligentes extractores de rentas de los hogares de estratos sociales medios y bajos, abocados a unos niveles prácticamente obligatorios de consumo inducido. Las ganancias obtenidas se van depositando en fondos de inversión opacos, y la búsqueda de rentabilidad inmediata de esos fondos prioriza la especulación y obstaculiza la viabilidad de los “proyectos de empresa” asentados en el largo plazo y en la utilidad social del producto o servicio que proporcionan. El crédito bancario tiende a rehuir entonces los plazos largos de los procesos productivos, para buscar sus mejores opciones de ganancia en el "casino" de una economía predominantemente especulativa.
En ese contexto, las viejas soluciones de la socialdemocracia son insuficientes en la medida en que se basan en la simple redistribución de las rentas, cuando hoy esa redistribución se está realizando por otros medios y con criterios distintos de los del Estado social. La reacción que está apareciendo con fuerza es la de una política “a la contra”: revueltas populares, auge del populismo y aparición en el escenario mundial de líderes autoritarios y megalómanos.
Costas critica los excesos de una etapa de economía sin política (un “cosmopolitismo dogmático y acrítico”, lo define), y rechaza también su contrario, una política sin economía, demagógica y simplificadora. Es necesaria la economía al lado de la política, pero asignando al economista, al “experto” capaz de proponer soluciones, el papel de hablar, no al poder, como ha venido haciendo hasta ahora, sino a la sociedad. Recuperar la función dirigente de la democracia participativa, promover la libre competencia, frenar el poder de los monopolios y de los movimientos especulativos de las finanzas, serían prescripciones útiles para remediar las deformidades patológicas del actual capitalismo con nueva piel.
De seguir esas prescripciones seguiríamos, eso sí, dentro del territorio del capitalismo; un capitalismo, diría yo, con las uñas recortadas. Habrá a quien no satisfaga la receta. No obstante, las propuestas razonables situadas dentro de un pensamiento conservador, pueden ser una herramienta formidable de consenso para enderezar el rumbo sesgado de una economía en estado salvaje y peligrosamente no sostenible.