domingo, 26 de marzo de 2017

TAL COMO ÉRAMOS


Es bueno que Susana Díaz haya decidido por fin presentar su candidatura a presidir el gobierno de España. El PSOE necesitaba algún tipo de revulsivo para salir de la postración inducida por las secuelas de varios meses de luchas intestinas. No parece el momento de guardar balas en la recámara a la espera de una ocasión mejor, sino de salir adelante con los faroles y pedir a dios que reparta suerte y a la justicia que no les prenda.
Susana necesitará un resultado indiscutible y confortador en las primarias, que suponga un alza sustancial de la autoestima de su electorado, para enfrentarse al rocoso – más bien, pedregoso – Mariano Rajoy cuando quiera que toque celebrar las próximas generales.
Es dudoso, sin embargo, que un cambio de cara por sí solo sea capaz de causar un seísmo registrable en la escala Richter de las emociones políticas. Ahora mismo está intentando algo parecido Martin Schulz en Alemania. Se ha teorizado un “efecto Schulz” capaz tal vez de desbancar a Merkel. El candidato cuenta a su favor con una mayor consistencia intelectual y política respecto de su predecesor; en su contra tiene su implicación en las posiciones de "gran coalición" en el interior, y el seguidismo neoliberal mantenido en el parlamento europeo en toda la última etapa de crisis. El “efecto Schulz” tendría que ser muy fuerte para hacer olvidar estas vivencias recientes. La situación tampoco invita a una euforia desatada de un electorado acostumbrado a ir perdiendo, elección a elección, cachitos de apoyo popular. Los sondeos a pie de urna parecen confirmar que Lázaro resucitado tampoco saldrá este domingo de su tumba, en el Sarre.
La situación de Susana Díaz es parecida a la de Schulz. No todo, pero sí buena parte de su proyecto se ha fiado a una operación de imagen, a la presentación a golpe de clarín de un “PSOE ganador”. Se soslaya la cuestión de los pactos de gobierno, que sin embargo van a ser necesarios, y se obvia el tema de si una vez más se va a mirar solo hacia la derecha, o si en este caso crítico se va a volver de una vez la vista a la izquierda (territorio donde, no se olvide, las fuerzas están más que igualadas). Las propuestas hacia Catalunya son pírricas: la recuperación del Estatut que el mismo PSOE contribuyó a torpedear supondría una inmersión en el túnel del tiempo, cuando tantas cosas han pasado después, bajo el gobierno de Zapatero y bajo el de Rajoy. A nadie entusiasmará en Catalunya esa iniciativa, y tampoco, por desgracia, tiene un gran recorrido la profesión de fe federalista promovida desde la reaparición en el candelero de González y Guerra, dos jacobinos de una pieza, que todavía han de dar la primera muestra de arrepentimiento por sus reiterados pecados de centralismo a ultranza. Y finalmente, la unidad interna de la propia organización está en entredicho, y nadie es capaz de predecir cómo saldrá de las primarias.
Reivindicar en estas circunstancias el socialismo “de siempre”, sirve de poco. Lo cierto es que, de siempre, el curso fluvial del socialismo español ha sufrido desapariciones prolongadas, ha recorrido meandros tortuosos, ha cerrado pactos dudosos y ha predicado, en función de por dónde soplaba el viento, hoy una cosa, mañana la contraria. Proclamar desde la megafonía de los medios que “somos los mismos de siempre, y lo seguiremos siendo”, quizá no sea la fórmula idónea para convencer a un electorado bastante escamado.
Quizá podría intentarse un eslogan diferente: “por las ánimas benditas que esta vez sí, esta vez vamos a cambiar.”
A ver qué pasaba.