En menos de
veinticuatro horas, mi post de ayer “Vive y deja vivir” ha recibido dos
enmiendas-impacto. Transcribo la primera, que me llega a través de una carta de
Luis Perdiguero, viejo compañero en el sindicato de Gráficas y siempre gran amigo:
«… Un
par de cosas no las veo exactamente de la misma manera que me pareció entender.
Una es que en un momento determinado dices que hay solución, aunque no de forma
rápida. Yo pienso en que no la hay ni de manera rápida y jamás porque desde que
la historia se conoce hay cosas que parecen implícitas en nuestros genes. Y la
otra cosa es que el héroe posmoderno no será sólo el que consiga protegerse del
poderoso... sino también de cualquier hideputa que por manadas circulan en este
puto mundo sin necesidad de aparecer ni ser poderoso.»
Procuro no disfrazar
mis argumentos con certezas teñidas de moralina, y ser lo más racional posible.
No siempre lo consigo. Escribí «hay soluciones», y habría sido más exacto poner
en su lugar: «me niego a aceptar en principio que no haya soluciones». Decía
luego que una mejora de la educación no bastará, porque la realidad nos educa
en una dirección distinta. Por ahí viene la segunda enmienda; por la vía de los
hechos consumados y documentados.
En el Hogar de
Madres y Bebés del Buen Socorro, regido por monjitas católicas en la localidad
irlandesa de Tuam, se ha encontrado una estructura subterránea compuesta por
veinte cámaras, de las que 17 por lo menos guardan restos muy numerosos de
fetos humanos, incluso de 35 semanas de gestación, y de bebés de hasta tres años
de edad. Las fechas de las muertes corresponden a los años de funcionamiento de la entidad,
entre 1925 y 1961. En esos años precisos, según la investigación de una
historiadora local, hubo en la comarca unos 800 certificados de fallecimiento
de niños, a los que corresponden únicamente dos enterramientos formales.
Tuam no fue el
único centro de estas características. Hubo denuncias sobre el trato dado en los
centros católicos de acogida a las madres solteras y a los niños nacidos fuera
del matrimonio; pero la jerarquía las ignoró. Según una estadística, la mortalidad
infantil fue en aquellos años cinco veces superior en esos casos que en
familias bendecidas por el sacramento.
En la España
reciamente católica de los mismos años, era popular referirse a la cuestión con
un dicho impregnado de retranca cínica: “Angelitos, al cielo.” Desde la
diferenciación radical entre el Bien y el Mal, entre la Virtud y el Pecado, aquella
fue otra manifestación, la más macabra, del “machismo ambiente” imperante, de
la condición subalterna de la mujer en la sociedad, y de un tratamiento abiertamente
ideológico de la función reproductora. Además, la prole de las esposas y viudas
de los “rojos” fue tratada en la España franquista de un modo parecido a como
lo fueron los hijos de las solteras irlandesas. Algún día aparecerán fosas secretas
que lo atestigüen. Nada hay tan oculto que no haya de salir a la luz tarde o
temprano.
Entonces, surge la
duda de que la educación pueda ser un remedio contra la violencia y la crueldad
con los diferentes, sobre todo en los casos de extrema debilidad de los diferentes.
En todo caso, de lo que se trataría es de estudiar qué tipo de educación hemos
recibido, y cuál es la que necesitamos.