sábado, 18 de marzo de 2017

EUROPE FIRST


Han empezado en Roma los actos de celebración de los 60 años del Tratado que dio origen a la Unión Europea. La presidenta del Parlamento italiano, Laura Boldrini, se dirigió a representantes de todos los parlamentos europeos con un discurso ambicioso, en el que repitió varias veces la consigna “Europa primero” (Europe First), como réplica al America First de Donald Trump. Apuntó Boldrini a la necesidad de una profundización de la temática relacionada con la dimensión social de la Europa unida, lo que no está nada mal si el apunte no se queda en mera retórica celebratoria; la ausencia de una preocupación social paralela a la liberalización del mercado de capitales ha sido una de las carencias más marcadas en todo el trayecto comunitario, muy singularmente en su último avatar, desde los años noventa del siglo pasado y a partir del crac de 2008.
El belga Siegfried Bracke describió los tratados de 1957 como el arranque de una nueva Roma; no un nuevo imperio, sino una nueva civilización. Romano Prodi describió una Europa moviéndose a dos velocidades, pero acogedora y abierta a todos. Ana Pastor, presidenta del Congreso español de los Diputados, demandó más esfuerzos para transmitir a las generaciones jóvenes que la integración europea “ha valido la pena”.
Me pregunto en qué estaba pensando Pastor al hacer esa observación. Más en concreto, cuál es la pena que ha valido, y cómo evaluarla. Sergio Mattarella, presidente de la República italiana que recibió a los parlamentarios europeos en el Quirinal, había reconocido en su alocución que la integración europea alcanzada “es, en gran medida, mejorable”. Habrá un fuerte despliegue policial durante todas las celebraciones, por temor a la presencia de “elementos provocadores de tendencia anarquista y antisistema”. Es preciso concluir que la Unión no atraviesa por momentos felices en lo que se refiere a reconocimiento y popularidad entre los jóvenes. Ni entre los ancianos. Ni los euroescépticos. Ni los liberales. En fin, casi entre nadie.
El contraste entre los discursos y los acontecimientos que se desarrollan detrás de las bambalinas puede ser penoso. El presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem, castellanizable como Jerón Diselblón para entendernos mejor, pasa por momentos delicados debido al desastroso resultado de su partido en las recientes elecciones holandesas. Es más que probable que, cuando se forme gobierno, se vea obligado a dejar su cargo de ministro de Finanzas, y eso, en virtud de una ley no escrita, lo descartaría como jefe del Eurogrupo. Hay dos resquicios en los que intenta resguardarse contra la némesis terrible que le amenaza con ser descabalgado simultáneamente de su posición holandesa y de su cargo europeo: la primera es precisamente que se trata de una ley no escrita, y Jerón clama que si no está escrita es que no existe. ¿Desconoce tal vez la fuerza de la costumbre inveterada como fuente del derecho, que a todos los estudiantes se nos enseñó ya en el primer curso de la carrera? El segundo resquicio es que el puesto, en virtud de los equilibrios y las componendas establecidas entre la crema de la élite, habría de corresponder a un ministro de Finanzas del grupo socialista, y, dada la situación muy precaria de la socialdemocracia en el actual establishment europeo, no se avizora a nadie que pueda ofrecerse como recambio. Luis de Guindos sería capaz de cualquier cosa por postularse, pero está descartado porque los conservadores ya acumulan un récord de cargos, y uno más haría hasta feo. La alternativa de un griego o un portugués sería para los Guardianes de los Tronos tanto como entregar al enemigo las llaves de la fortaleza.
De modo que ahí queda la incógnita. Diselblón, por su parte, se siente a gusto en la poltrona y dice que hasta el año 18, que es cuando toca, nadie le va a mover de su silla por más que caigan chuzos de punta. El idealismo del mensaje de Baldrini viene a chocar así con las rugosas asperezas y las afiladas aristas de la realpolitik.
¿Europe First?