jueves, 23 de marzo de 2017

EUROPA, EUROPA


Estoy rabiosamente a favor de la tribuna/manifiesto “Relanzar la Unión Europea”, que firman en elpais Nicolás Sartorius, Emilio Lamo de Espinosa, Emilio Cassinello y Jorge Bacaria (1). Rabiosamente a favor, en el fondo. En la forma, encuentro que los firmantes deberían haberse esmerado un poco más. La lectura del documento produce un cansancio infinito. El primer párrafo arranca con «Hace sesenta años que se firmó el Tratado de Roma». El segundo: «Hoy observamos, con creciente inquietud» El tercero: «Ante esta situación, cuyos retos vamos a tener que afrontar.» Y el cuarto y conclusivo: «Por esta razón, estamos convencidos.» Por en medio, algunos clisés infaltables: «populismos de uno u otro signo, nacionalismos de nueva y vieja factura», «empeño que, de consumarse, nos introduciría en una senda de peligrosas incertidumbres y de creciente impotencia», «un camino equivocado que conduciría a un mayor estancamiento de consecuencias no deseables», «viejos y nuevos egoísmos y cegueras.»  
Los populismos son siempre, en esta clase de literatura, “de uno u otro signo”; la inquietud, “creciente”; las incertidumbres, “peligrosas”. Nada hay de malo en ello, de hecho se describe una realidad reconocible, pero es como recibir una carta de amor y encontrar en el encabezamiento aquello de «Me alegraré que al recibo de la presente te halles bien de salud, como sinceramente te deseo.»
No quiero ser tiquismiquis. Me sumo a la convicción de los firmantes de que necesitamos más Europa, y no menos; de que se precisa una unión no solo económica sino además política, y más aún que solo política: consciente de las interdependencias que se entrecruzan en un mundo mal diseñado, solidaria hacia dentro y hacia fuera. Podría hablarse también en el documento de la lucha contra los abusos de los grandes monopolios, de la necesidad de más igualdad, de profundización en los mecanismos democráticos que garantizan la participación de todos. Nada de todo ello es absolutamente imprescindible, sin embargo.
Las palabras, en último término, no importan tanto como la urgencia del llamamiento. La retórica no añade nada a la sensación angustiosa de que "nuestra" Europa amenaza ruina, de que se nos podría desmoronar, de forma quizás irreversible, delante mismo de nuestros ojos. ¡Europa, Europa! ¡Ahí! ¡Tranquila! ¡Resiste, que ya llegamos!