Último atardecer en Poldemarx antes
del cambio de hora. Desde la Punta, con mar movida. Foto, Carmen Martorell.
Joan Gimeno i Igual ha publicado
en Fundación 1º de Mayo/Catarata un libro que recoge lo sustancial de su tesis
doctoral de Historia Comparada, Política y Social, por la Universitat Autònoma
de Barcelona. Su título: «Lucha de clases
en tiempos de cambio. Comisiones Obreras (1982-1991)».
Quiero empezar mi
comentario haciendo hincapié en la importancia de las nuevas tareas de la
Fundación Primero de Mayo como generadora de una reflexión interna del
sindicato, que eleve el nivel de conciencia de sí mismo y de su lugar en el
mundo. Del mismo modo que las canciones de gesta fueron sustituidas, en el
cuadro de las civilizaciones pasadas, por la Historia científica, exigentemente
documentada y nada indulgente con la fantasía, de ese mismo modo las CCOO
habrán de salir de la leyenda (de la “leyenda negra” en muchos casos) y del
aura popular de sus mejores líderes, para ocupar su lugar exacto como colectivo
en la etapa histórica que el sindicato ha contribuido y sigue contribuyendo
poderosamente a construir, y que sin su concurso habría sido irremisiblemente
diferente.
A esa labor se ha dedicado
Joan Gimeno, nacido en Valencia en 1988, es decir hacia el final de la década
que ha historiado. Me ha impresionado su utilización de un conjunto apabullante
de fuentes diversas de archivo, que incluyen en ocasiones apuntes manuscritos
de reuniones, actas de secretariados, cartas; y su manera de engarzarlas en
planos y contraplanos bien ensamblados, con protagonismos diferenciados de
personas y entidades, y en secuencias temporales que permiten observar desde la
distancia adecuada acontecimientos muy enmarañados.
He avanzado en la lectura del
libro hasta 1984, el año de Orwell, que fue en muchos aspectos decisivo para la
trayectoria del sindicato y para su autonomía. Las CCOO habían salido fortalecidas
de la Transición, gracias a su praxis particular basada en la
presión/negociación, que había dado grandes resultados en un entorno de poder
político débil e inestable. Tenía el sindicato la ventaja de haber nacido en
las fábricas, no en despachos ni foros de notables, y de haberse forjado en las
luchas reivindicativas. Era, sin embargo, ante todo un movimiento
sociopolítico, muy deficitario en estructura interna, con colectivos de dirección
bastante etéreos en los que se entraba y de los que se salía al hilo de los
acontecimientos y de las posibilidades de tiempo de militancia no retribuida, y
sin un patrimonio material propio. La cuota fue desde el principio la savia
vivificadora de una acción sindical tremendamente voluntariosa, dicho según
aquella frase de Gramsci que contrapone el optimismo de la voluntad al
pesimismo de la inteligencia.
Después de la victoria
electoral del PSOE en 1982, las circunstancias citadas jugaron en contra de la
consolidación del sindicato. Su reivindicación sociopolítica de una democracia
industrial chocó de un lado con la cerrazón de una patronal casi nunca fordista
pero siempre cerradamente taylorista, que no concebía compartir ni el menor
átomo de su monopolio en la organización interna de la producción; y de otro
lado, con un gobierno enfrascado en una política económica unilateral, dirigida
a una “reconversión” industrial anunciada como flexibilización generadora de
empleo, pero que pasaba sobre todo por la privatización de las empresas
públicas y la precarización del mercado de trabajo: “solchaguismo”, en una
palabra.
De modo que en la
primavera de 1984 se produjo un pico de movilizaciones extraordinario,
comparable solo al de cinco años antes, en 1979, pero que no tuvo su mismo
resultado. Fue el año de mayor pérdida de poder adquisitivo, el año en que las
cláusulas no salariales de los convenios avanzaron menos, el año también en que
más numerosos fueron los “descuelgues” de UGT en los procesos de negociación. Apunta
Gimeno que los pobres resultados no vinieron de defectos de
la táctica sindical, sino de “los diferentes alineamientos en la constelación
de actores” (pág. 95). Lo cual es otra manera de señalar los cambios en la
correlación de fuerzas. Gobierno, patronal y UGT sumaron sus fuerzas para
marginar a CCOO.
No era ajeno a esa
conjunción el hecho de que en el principal partido comunista, el PCE-PSUC, se
había consumado una escisión, y como las organizaciones resultantes pretendían
conservar para sí la ascendencia que había tenido antes el partido unido en el
movimiento sindical, se produjo un forcejeo intenso por la “hegemonía” en CCOO,
en realidad por la presencia mayor o menor de cuadros de cada partido en los
órganos de dirección.
Se produjo de ese modo una
tormenta perfecta en contra de CCOO, y esta fue acusada desde los medios
gubernamentales de dar un giro hacia el “radicalismo”, movida por “intereses
espurios”. La confederación puntera en la lucha social pudo desaparecer en
aquel embate, o bien dividirse en dos centrales menores en competencia
recíproca, que habrían acabado disolviéndose en la nada como había ocurrido antes
a la CSUT y al SU, dos intentos de montaje “leninista” de un sindicato como mero
instrumento de apoyo, movido desde el partido mediante una correa de
transmisión.
Los Congresos celebrados
en el año “loco” de 1984 por las CCOO, fueron en buena medida intentos de
preservar la autonomía y garantizar un futuro al sindicalismo de clase, en
contra de corporativismos de derecha y de izquierda. Los sectores calificados
internamente de “oficialista” y “críticos” (varios) nos vimos allí enfrentados,
y creo con sinceridad que todos nos equivocamos mucho en lo accesorio y
acertamos en lo principal. Tuvimos para ello la guía inestimable de dos
secretarios generales de gran talla, como fueron Marcelino Camacho, cuya
desaparición hace ya once años lloramos todos, y José Luis López Bulla, que
sigue tan campante entre nosotros, dándonos casi a diario nuevas píldoras
concentradas de sabiduría.
Encontrarán la descripción
detallada de todo aquello y muchas más cosas en el libro de Joan Gimeno.
Recuerden: «Lucha de clases en tiempos de cambio».