Tumbas de María de Borgoña y su padre
Carlos el Temerario, en la iglesia de Notre-Dame de Brujas. El duque Carlos fue
un cabrón, su hija dejó fama de ángel celestial, pero uno nunca puede fiarse de
la propaganda política, y de todos modos murió a consecuencia de una caída de
caballo, a los 25 años de edad.
Me tiene fastidiado un
resfriado nasal fortísimo; no paro de moquear, imposible hilar dos ideas para el
blog, y ni siquiera me queda el consuelo de la lectura, porque los ojos me
lagrimean, la atención sostenida me da dolor de cabeza, y no puedo abusar mucho
del paracetamol.
He recurrido a alimentar
mi paciencia hojeando despacito mis blocs de notas. He encontrado allí cosas
divertidas, que en el caso de que mi condición fuera mejor, darían seguramente para
algún texto largo y tendido.
Este, por ejemplo, es una anécdota
sacada de Johan Huzinga, “El otoño de la
Edad Media”. Su cita procede de las Mémoires
de Messire Olivier de la Marche, publicadas póstumas en 1562 pero que
abarcan los años 1435 a 1492, época en que La Marche fue chambelán de los
duques de Borgoña, Felipe el Bueno primero, y después Carlos el Temerario.
Precisamente en 1492 falleció la hija única de Carlos, María de Borgoña, casada
con el emperador Maximiliano.
Nada de ello viene a
cuento con la nota que transcribo. Copio de Huizinga:
«El amarillo significaba
ya entonces la hostilidad. Enrique de Wurttemberg pasa por delante del duque de
Borgoña con un séquito vestido todo de amarillo; et fut le duc adverty que c’estoit contre luy» (y quedó el duque
advertido de que aquello iba contra él).
Asombroso quizás, pero no
tan distinto de los usos de ahora mismo, cuando estamos en trance de ver la Ley
de la Vivienda declarada formalmente inconstitucional antes incluso de estar
redactada. Así en crudo, sin ceremonias. Hoy no hace falta un color determinado
de los ropajes para hacer patente la hostilidad furibunda.