Joan Martínez Alier
Convendría examinar con
mayor cautela ciertos chirimbolos aventureros puestos en funcionamiento por los
economistas del mainstream; por
ejemplo, la hipótesis de una “economía circular”, que defiende que economía y
ecología “son perfectamente compatibles”.
Para empezar, no deberíamos
hacer tanto caso de los economistas, nos aconseja Joan Martínez Alier, que es un
economista à rebours, quiero decir
alguien que cree en la economía y en la ecología lo suficiente como para ser
uno de los fundadores, y presidente en 2006-2007, de la Sociedad Internacional
de Economía Ecológica. Por lo demás, ha sido distinguido en 2017 con el Premio
Wassily Leontieff, y en 2020 con el Premio Balzan. Sus escritos tienen un peso
en la teoría económica y en la ecológica.
Sostiene entonces Martínez
Alier que la economía industrial no es circular sino entrópica. ¿Qué quiere
decir con eso? Esta es su respuesta literal (1): «Cuando la economía industrial crece, los ecosistemas se destruyen.»
Parecería que estamos en
un impase; sería necesario elegir entre economía y ecología, entre riqueza y
sostenibilidad del medio. No ocurre exactamente así, porque en este terreno hay
también, como en tantos otros, un algoritmo tramposo que dirige la actividad económica
hacia donde interesa a las élites. Hablo del PIB.
Cuando trabajan sobre los
datos del PIB, los economistas del mainstream
omiten realidades de naturaleza económica que, según ellos, no son
relevantes: no es relevante nada que no esté en el mercado, únicamente el
mercado es la ley y sus profetas. Más aún, dice Alier: «El PIB no suma las actividades que se generan fuera del mercado, y no
resta los daños ambientales. Las empresas casi nunca pagan sus pasivos
ambientales, es obvio.»
Este defecto grave de
medición, señalado de otro lado con mucho rigor y documentación añadida por
Mariana Mazzucato (entre otras/os) en su libro “El valor de las cosas”, es lo que se oculta detrás de la
argumentación optimista de que la ampliación del aeropuerto del Prat es
compatible con la preservación ecológica mediante el simple expediente de
colocar la laguna de la Ricarda en otra parte, tal vez en la sierra de Collserola.
El problema va mucho más allá, está situado en último término en una
organización social muy determinada que se pretende preservar a toda costa.
En un estudio de la
economía agraria en la campiña de Córdoba publicado en 1968 (La estabilidad del latifundismo), el
propio Martínez Alier concluyó que el latifundismo andaluz no es un residuo del
régimen señorial sino un fruto maduro del capitalismo. Más aún, que no es tanto
un sistema de producción, como “un modelo
de organización social”. Vertical, por supuesto, sostenido por los de abajo
para disfrute de los de arriba.
De este tema sabe
muchísimo Carlos Arenas Posadas. Podrán leer, además, los agudos comentarios de
Javier Aristu sobre el estudio de Alier cuando se publique (en Editorial
Comares) su libro póstumo, “Señoritos,
viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del siglo XX”.