Recreación de la factoría de L’Anse
aux Meadows, en Canadá. (Fuente, El País)
Un estudio de la
Universidad de Groningen ha podido establecer con precisión que la tala de tres
árboles en una factoría vikinga de Terranova (Newfoundland, Canadá) tuvo lugar
en el año 1021. Lo cual probaría que los vikingos estuvieron en América cinco
siglos antes que Cristóbal Colón, si tal cosa no estuviera ya probada desde mucho
antes.
El yacimiento de L’Anse aux Meadows (La Ensenada de las Medusas) es patrimonio mundial desde 1978; no se cree que fuera ocupado por sus fundadores más allá de dos o tres años, sin embargo. Las sagas de Erik el Rojo y de Thorfinn Karlsefni describen detalladamente sus viajes hacia poniente desde Groenland (Tierra Verde) hasta un lugar que llamaron Vineland (Tierra de Vino). También dan cuenta de problemas con la población autóctona. Quedan, por supuesto, muchas dudas científicas y muchos descubrimientos por hacer en torno a esos establecimientos, muy semejantes a otros hallados en distintos continentes que revelan la pericia navegante y la extensión de las exploraciones de los pueblos del Norte. Es claro, con todo, que no hubo ningún intento organizado de conquista ni de sometimiento.
Lo de Colón, mandatado
por la Corona de Castilla, fue enteramente otra cosa, y no digamos los
resultados del acontecimiento a medio y largo plazo. Yo, en tanto que español,
no tendría mayor inconveniente en pedir perdón por las barbaridades cometidas,
siempre que quede claro que hubo muchas más cosas además de barbaridades, por
las cuales convendría que los americanos nos expresaran, a la recíproca, algún
agradecimiento. Puestos a llevar la cuenta de las atrocidades, ¿por qué no se
exige también que pida perdón la United Fruit?
La noticia sobre los
vikingos ha despertado un recuerdo de mi adolescencia: yo leí algo al respecto
hace mucho, en Rudyard Kipling. Guardo todavía el volumen en mi biblioteca (“Obras
escogidas”, Ed. Aguilar, 1958), y he encontrado el párrafo. Está en «El relato más
bello del mundo», un cuento fantástico recogido en “Many inventions”. Carlitos Mears, chupatintas bancario sin la
menor cultura, tiene sueños que sugieren que ha sido en existencias anteriores
un esclavo de galera griega, muerto en combate, y un navegante libre o forzado
en la expedición de Thorfinn Karlsefni:
«Carlitos bajó la voz hasta hablar como en un cuchicheo, y
me habló de cómo se hizo a la mar en una galera abierta rumbo a Furdurstrandi,
de las puestas de sol en alta mar, vistas por debajo de la curva de la única
vela, un atardecer y otro, cuando el pico de la galera se metía en el centro
mismo del disco solar que trasponía el horizonte y, según dijo Carlitos, “navegábamos
tomándolo como señal, porque era la única guía de que disponíamos”.»
Se me quedó fijo en la imaginación ese sistema de orientación peculiar. La traducción del párrafo
anterior es de Armando Lázaro Ros; el libro me fue regalado, según consta de mi
puño y letra, por mi cumpleaños, el 16 de septiembre de 1962. El volumen “Muchas invenciones” fue publicado en
1893. Para entonces ya era historia vieja que los vikingos habían llegado
siglos antes que Colón al descubrimiento de América por los europeos.