Sentados en el baluarte que prolonga
hacia el oeste el muelle del puerto de la isla de Hydra, en el golfo Sarónico (2016).
Al fondo, un viejo cañón inutilizado desde hará ya un par de siglos. Una metáfora
oculta bajo el sol.
“De la carrera de la edad cansados”
(Francisco de QUEVEDO, “Miré los muros”, soneto.)
Estamos en otro
zurriburdi, uno más, relacionado con el gobierno de coalición. No es fácil ejercer
en coalición, por lo que se va viendo. Ni por la izquierda ni por la derecha,
añado. Las líneas rojas de la segunda parte contratante en el bocadillo
gobernante obligan a peligrosos jeribeques: puede ser la financiación de una
escuela de tauromaquia por delante de los estudios universitarios o del fomento
de las artes escénicas, de una parte; y de la otra, la consideración del escaño
de Alberto Rodríguez como sine qua non.
No se interprete que
minusvaloro el escaño, y menos aún el trabajo de Alberto, que cuenta con toda
mi solidaridad en este trance. Es solo que convendría hacer más caso del axioma
de don Venancio Sacristán: «Lo primero es antes.» En este momento se están
resolviendo (mal, a brochazos burdos como los de la restauración de aquel “Ecce
Homo”) las líneas sesgadas hacia la derecha de nuestro poder judicial, y
convendría poner más atención en el bordado de realce. En lugar de eso, a la
prepotencia de las derechas se opone el ultimátum desde la izquierda. Ojo por
ojo, Batet por Rodríguez. Lo de Alberto podría tener solución un poco después,
si se despeja lo suficiente la batería de jueces llamada a decidir sobre él. “Debería”
tener solución, quiero decir con más vehemencia, porque lo que se ha hecho con
él es una infamia jurídica.
Vamos ahora a mirar las
cosas desde otro lado. Se está dando una batalla larga, exigente, desgastadora,
conducida desde el Ministerio de Trabajo y Economía Social y respaldada por los
sindicatos, por la derogación de las “reformas” laborales, y es el momento
elegido por Nadia Calviño para declarar que esa reforma no se debe reformar “tanto”.
Al parecer, las cuestiones de la economía no son perfectamente compatibles con
lo que en términos de la OIT y de otros organismos internacionales de fuste se
ha venido en definir como “trabajo decente”. La prioridad absoluta va a ser, al
parecer, subir el PIB con medidas de choque que aceleren la atribución de más
riqueza a los más ricos. Luego, en todo caso, vendrán por su orden el resto de
prioridades, entre las que la vicepresidenta primera ministra de Economía
coloca el trabajo decente en un lugar incierto, tal vez entre la nada y la más
absoluta miseria.
Tengo entre mis notas un
apunte de La Vanguardia, artículo de Celeste López, según el cual tenemos en
España 6 millones de pobres ─de pobres “estadísticos”, personas situadas por
debajo del umbral universalmente admitido de la pobreza─, lo que supone un incremento
del 50% respecto de 2018. Se trata de secuelas sociales de la pandemia del
covid, que no son aquilatadas suficientemente a mi entender en la política
económica que ahora quiere emprender la vicepresidenta primera, empujando sin
miramientos a un lado a la segunda (Trabajo) y a la tercera (Transición
ecológica).
Vaya todo mi respaldo,
lo digo sin retóricas, al gobierno progresista de coalición y a su programa íntegro. Pero no está
de más que la coalición conlleve una mayor coordinación entre departamentos, y
una idea más clara del punto de arribada de la travesía que se emprende. Esto
no se arregla con un recurso a la heroica, y los cañonazos disparados en el
interior de la fortaleza van a provocar unos daños colaterales tan
paralizadores como desastrosos en sí mismos.
Tiéntense todos la ropa,
que a muchos de nosotros, estos dimes y diretes nos pillan ya “de la carrera de
la edad cansados”.