John William WATERHOUSE, “Penélope y
los pretendientes”, 1912, Aberdeen Art Gallery.
Los pretendientes de
Penélope, gente toda ella de buena cuna y posición acomodada, aspiraban al
premio gordo de la rifa ─la chica más el tesoro del reino, asequibles previa
elección─, pero no hacían ascos, mientras tanto, al banqueteo frecuente y
contumaz a costa de la bella reina pretendida. Como tantos mitos antiguos, la
pugna por Penélope es un espejo transparente en el que se refleja una realidad
de ahora mismo. Nuestra oposición política se está repartiendo prebendas y subvenciones,
ocupando altas magistraturas, autorizando y desautorizando, absolviendo y
condenando a quien le peta. Vive en un banquete perpetuo que costean otros.
Un profesor francés ha
propuesto en un libro relativamente reciente (Sylvain Tesson, “Un verano con
Homero”) oponer como paradigma contemporáneo a Telémaco, frente a Edipo. El “complejo”
de Telémaco estaría basado «en el reencuentro, en lugar de la ruptura».
Telémaco no quiso matar a su padre ni yacer con su madre. Luchó para volver a
colocar a Ulises en su trono legítimo, para reunir a sus padres después de años
de alejamiento. Su figura, afirma Tesson, es verdaderamente principesca. Y
pregunta: «¿En qué no se correspondería con nuestras estructuras psíquicas
soterradas?»
Bueno, lo cierto es que no
se corresponde. No vale sostener que el mito de Edipo lo inventó Sigmund Freud
(Tesson lo hace). Freud eligió un ejemplo antiguo para explicar algo que ocurre
ahora. No eligió a capricho algo que le pareció digno de imitar, lo que hizo fue
identificar una pulsión profunda, inscrita posiblemente en nuestro ADN. El
complejo edípico iría a juego con la “destrucción creativa” de Schumpeter;
sería la voluntad impaciente de provocar una ruptura definitiva con la
insuficiencia de las estructuras asentadas, a través de un planteamiento
distinto, con una distinta distribución de los papeles principales del drama,
que lleve incorporada alguna forma implícita de progreso para la mayoría.
Edipo representa la
ambición, Telémaco la conformidad. El pensamiento de la izquierda debería poner
entre paréntesis su compromiso con la ética, tal como está formulada la ética en
sus propias elaboraciones, es decir, basada en una igualdad chata de los
destinos colectivos, que no es más que una forma de sublimación del renunciamiento.
Lo hemos visto
recientemente en la figura del jefe de la oposición madrileña, que ahora
ejercerá de defensor del pueblo. No estaría de más empezar a predicar una nueva
ética henchida de ambición colectiva y solidaria pero también de autorrealización de las personas, en contraste con la
ambición egoísta y depredadora de las derechas. El conformismo de Telémaco no
genera ilusión, siempre será superado por el descaro de quienes predican que el
mundo mejor ya ha llegado para quedarse.
Penélope necesita nuevos pretendientes,
más sinceros, más desinteresados, menos importunos y gorrones que los que asedian
con sus requiebros a la pretendida y corren de inmediato a ocupar su puesto en
la sala del banquete. Los nuevos pretendientes habrán de ser personas muy
conscientes de que lo que hubo antes no fue una “edad de oro” cantada en leyendas
y epopeyas. El mundo que queremos compartir no es ni el pasado ni el futuro
lejano. Es el presente, lo que ya asoma, lo inminente.