domingo, 17 de octubre de 2021

LECTURAS DE USAR Y TIRAR

 


“La libertad es una librería”, escribió Joan Margarit. El poeta no dijo nada, que se sepa, de los premios literarios. (Imagen, librería de la rue Sainte-Catherine, en Burdeos. Compartida del muro de FB de Jordi Pedret Grenzner.)


Dedicado a mi cuñada Mercedes, apasionada como yo de la lectura.

 

Suscribiré con gusto todos los manifiestos en favor de la lectura, si se añade en ellos ─como en las cajetillas de cigarrillos─ la advertencia de que el 90% de lo que leemos no nos sirve para nada ni nos enriquece lo más mínimo.

Cuando se trata de premios literarios, ese porcentaje de inutilidad asciende, incluso. Hablo de los premios vistos en conjunto, una novela distinguida con el premio Booker seguramente vale la pena de alguna manera, porque se trata de obras que ya han pasado la prueba de fuego: han sido publicadas y ofrecidas en las librerías, en un periodo y un ámbito de difusión dados. Con ellas no hay sorpresas; entrar en la lista larga de aspirantes, y no digamos en la lista corta, les supone ya un reconocimiento importante. El premio mismo es un plus, obviamente, y quizás no se concede siempre a la obra que más lo merecía; pero es garantía de un nivel de calidad.

Del Nobel, que se da teóricamente a un autor y a una trayectoria representativa en la historia de la literatura mundial, más vale no hablar. Si uno limita sus lecturas a autores ganadores del Nobel, como propone ahora El País en una colección que ofrece a sus abonados, lo más probable es que se convierta en un tipo raro con ideas extrañas sobre el mundo en el que vive. Pero también la etiqueta Nobel presupone una cierta garantía de calidad.

En el caso del Premio Planeta, la inutilidad de la lectura está asegurada al 99,7%. No redondeo la cifra por escrúpulo, siempre habrá alguien a quien le sirva de algo. Pero se trata de un premio dedicado, no a exaltar la literatura, sino el negocio. Vean como ejemplo el caso de Carmen Mola, seudónimo superventas lanzado inicialmente por Alfaguara y que Planeta, siguiendo una costumbre inveterada, se lleva para su casa a golpe de talonario solo cuando el mercado ha dado ya señales abundantes, no de la calidad de la escritura del autor/ra, sino de la capacidad de generar dividendos del producto.

Carmen Mola son en el mundo real tres guionistas de televisión bregados, a saber Agustín Fernández, Jorge Díaz y Antonio Mercero. Entre los tres construyen artefactos “de una violencia ultra salvaje y macabra”, leo en una crónica del premio; no puedo ratificarlo, porque no he probado el mejunje ni tengo intención de hacerlo en el futuro.

El quid de la operación Premio Planeta consiste en que el producto despierte curiosidad, y en que esa curiosidad prenda en una audiencia amplia que cifra su prestigio social en tener colocada en el recibidor de su casa una librería bonita, de madera barnizada, adornada con siete u ocho ejemplares de libros de tamaño grande, bien visibles: imprescindibles la Biblia, un ensayo ilustrado sobre Picasso o sobre los impresionistas, y un par de premios Planeta.

Respecto del Planeta de este año, se ha hablado más de los autores que de la novela en sí, pero es porque la medida del consumo de este tipo de productos se localiza en la cifra de ventas, no en la labor solitaria y callada de la lectura. Son libros que se venden mucho, no es importante en cambio que se lean.

Una operación tan antigua como el mundo. El superventas de la Historia es la Biblia, también un ensamblaje de textos de autores distintos que ofrece al lector, en sus mejores momentos, “una ultra violencia salvaje y macabra”. A ratos y en según qué pasajes, obliga a leerlo sosteniéndolo con una sola mano, ajustándose de ese modo a los criterios más refinados de la publicidad contemporánea. Otros pasajes, en cambio, duermen el sueño de los justos (literal) desde que la página en la que constan fue impresa. ¿Quién puede presumir de haberse leído la Biblia entera, de cabo a rabo? Las jerarquías reconocidas de la Iglesia católica, por lo demás, desaconsejan su lectura para “personas no formadas”.

Posiblemente a La Bestia, el libro premiado en la noche de Santa Teresa, le ocurra lo mismo. Da igual si se lee como si no, el negocio ya está hecho de antes.