John Everett Millais, ‘Ofelia’.
Tate Gallery, Londres.
No es improbable que
la niña Isabel tenga que entregar después del 4M las llaves del “palacio soberbio que vigilan los guardas, que
custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón
colosal.” No es, lo diré matizadamente, muy del todo improbable.
Supongo que lo que
vendrá después, si llega a darse tal caso, será un asalto al Congreso. Viene en
todos los manuales. En lugar de búfalos, los asaltantes se disfrazarán tal vez de
toros de lidia, y por supuesto llevarán la cara pintada de rojo y gualda. Harán
cierto ruido, gritarán que Madrid no es Caracas, declamarán ardientes llamamientos
a los plebeyos para que se subleven a favor de los pudientes.
Es una línea de actuación
que se entrevé en hipótesis a partir del rumbo incierto que va tomando la
campaña electoral. El debate sobre las cosas no ha acabado de satisfacer las
expectativas de una derecha acorralada precisamente debido a la fuerza implícita
en las cosas. Fuera el debate, fuera las prédicas sobre las cosas de comer, por
consiguiente. Desde la noche de los tiempos, la táctica preferida de los coachs de los grandes clubes de fútbol cuando
se acerca el final de un partido decisivo y el marcador no les favorece, se decanta
en favor del consabido recurso a la heroica: bombeo de balones al área, y ver
de pillar un rebote. Si la táctica no sale bien, se le echan las culpas al
árbitro por no haber pitado dos o tres penaltis, argumento que los tertulianos declaran
siempre como propio de perdedores cuando quienes lo utilizan son los equipos
rivales.
Niña Isabel, ¡ten
cuidado! El poder no es un camino de rosas, y el ordeno y mando tiene poco
recorrido si no se dispone de la fuerza oportuna de cien alabardas empuñadas
por cien guardas pagados en negro. No te vaya a ocurrir como a Ofelia, la agraciada
doncella de la corte de Dinamarca, hija del cortesano Polonio, que, cuando sintió
que había perdido el amor del eternamente dubitativo Hamlet (le dijo que se
fuera a un convento, ¿por qué no a un monasterio?), pasó de forma casi instantánea
de un brote de locura al fondo del río.